Psicoanálisis y Lucha de Clases |
La ilusión autonomista
octubre 2003
A fines de septiembre estuvo en Buenos Aires Alain Badiou, un conocido filósofo francés que ha sido tomado como referencia política por parte de diferentes grupos intelectuales que, a su vez, suelen oficiar de ideólogos para ese heterogéneo espectro de activistas de asambleas populares y de algunos movimientos de desocupados y de derechos humanos que reivindican posiciones llamadas "autonomistas". De hecho, entre sus varias actividades se contó una conferencia en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, como actividad preparatoria del próximo Congreso sobre salud mental y derechos humanos, el cual viene siendo preparado con diversas actividades en ciudades del interior (Rosario, Tucumán, Córdoba, etc.) con la participación central de oradores de este tipo de corrientes políticas.
¿En qué consiste esta autonomía tan pregonada?
Badiou parte de un diagnóstico que parece ser una fiel traducción del "que se vayan todos" que coreaba la gente que ganó la calle en el Argentinazo: "Asistimos, en los mas variados horizontes, a un espectáculo desesperante: cuando la oposición llega al poder, ejecuta la misma política que la mayoría anterior". Pero lo que parece ser lo mismo no lo es forzosamente. Justamente, podríamos decir que el gran problema político del destino del Argentinazo pasa por cómo habría que entender esa consigna de "que se vayan todos".
El balance de Badiou parte del fracaso en el gobierno de los comunistas (para él, los "revolucionarios") en la URSS y los países del este, y los socialistas (para él, los "reformistas") en Francia y otros países "democráticos", es decir, una situación extensiva al pasado gobierno de la Alianza de los Ibarra, Chacho Alvarez y Lilita Carrió, o los actuales gobiernos de Kirchner o Lula.
Para Badiou, revolucionarios y fascistas, por un lado, y reformistas y conservadores, por el otro, solo discreparían en que los primeros dicen que el conflicto será necesariamente violento y que los segundos dicen que el conflicto puede mantenerse dentro de las reglas constitucionales, pero todos ellos compartirían un interés supremo por apoderarse del Estado, desde donde, finalmente todos ellos terminarían haciendo la misma política.
En otros términos, tanta erudición y sapiencia gala no ha producido mas que la misma vulgata de los grandes medios de comunicación de la burguesía según la cual no importan las diferencias entre las razones, los métodos y los intereses por los cuales cada grupo político busca apoderarse del Estado, porque en el fondo "son todos iguales", el problema son "los políticos". Esta vulgata mediática, a su vez, no es mas que una mera copia de la mas burda de las vulgatas neuróticas, popularmente difundida por las mujeres con el famoso "todos los hombres son iguales" (" siempre quieren lo mismo").
En vez de sacar un balance de los intereses en juego en cada política, en particular en la de las experiencias gubernamentales de la "izquierda", el razonamiento de Badiou y los autonomistas opta por ubicar el problema en la relación al Estado. De ahí la propuesta de "una política a distancia del Estado" (título de la conferencia de Badiou en la Universidad de las Madres), cuyas principales características deberían ser las siguientes:
- independencia respecto del Estado
- abandono de la idea de representación (una política no representa a nadie sino que encuentra en si misma la autoridad para existir)
- intervención militante desligada de cualquier perspectiva de conquista de organismos del Estado.
- organización política sin partido
Para Badiou "la política debe ser una política sin partido". Y a esa política se dedican algunos sectores activistas de las asambleas populares, los MTD y los derechos humanos. Y de esta manera, lo que pretendía ser una superación política de los fracasos gubernamentales de la izquierda se transforma en una simple renuncia y una entrega de los poderes del Estado a esos mismos políticos que denostan, como lo ha demostrado la reciente experiencia electoral en Argentina.
Un mínimo de reflexión permitiría comprender que el problema no es que la izquierda no haya cumplido sus promesas cada vez que llegó al poder, ya que, en ese sentido, no habría que olvidar que también los gobiernos de derecha suelen acceder al poder, con promesas de izquierda, progresistas o populares (recordemos que Menem subió prometiendo el " salariazo", que De la Rua subió prometiendo "erradicar la corrupción", etc). Una de las razones por las que los políticos parecen ser "todos iguales", es que la demagogia y la mentira son un rasgo estructural de la política burguesa en la medida en que este régimen social es la dictadura de una clase social (la burguesía, propietaria de los medios de producción) sobre toda la sociedad. Por lo tanto, cualquier gobierno burgués, sea del color que sea, debe constantemente mentir y ocultar ante la población la verdadera naturaleza de su política (con la secuela de corrupción que implica toda mentira y toda servidumbre). Lo vemos claramente en la forma como se presenta la intervención de Kirchner respecto de la deuda externa. Ante los medios de comunicación se lo presenta como que no hubiera pagado con reservas y que le impondría una quita del 75 % a los acreedores de la deuda externa. Pero la realidad es que pagó con reservas, y que la quita solo se impondría al chiquitaje de los inversores particulares de todo el mundo y los jubilados argentinos, como condición necesaria para poder pagarle hasta el ultimo centavo a los mandamás, es decir, al FMI y los bancos.
Decir que todos los políticos "son iguales" es quedarse en un aspecto meramente descriptivo del problema y obviar los lazos estrechos y concretos que hay entre cada partido político y los grupos de poder económico, justamente el punto que la burguesía necesita ocultar.
Algo similar ha ocurrido con las peroratas democratizantes sobre los derechos humanos que en muchos casos han acentuado el carácter sanguinario de la dictadura militar solo para desentender los lazos que tenían los militares con los grupos económicos. El problema nunca son los "militares" a secas, ni los "políticos" a secas. El problema es el capitalismo. Los "militares" y los "políticos" nunca actúan abstractamente o por motus propio, sino en tanto representantes en el poder político del imperialismo y los grandes grupos económicos, es decir, esos mismos que no necesitan participar de ninguna "elección constitucional" para imponer finalmente sus políticas. Lo que hay que analizar es la subordinación del poder político al poder económico, y el ejercicio del primero en defensa del régimen capitalista.
Es gracioso ver como las posiciones de Badiou y sus seguidores son coincidentes con las de otro autor (igualmente de moda entre varios grupos de intelectuales) de orígenes políticos y filosóficos totalmente diferentes, como es el caso de Holloway, para quien "la aparente imposibilidad de la revolución a comienzos del siglo veintiuno refleja en realidad el fracaso histórico de un concepto particular de revolución: el que la identifica con el control del Estado". Aquí también, el análisis del poder político es abstraído de sus estrechos lazos con el las relaciones económicas que constituyen el régimen social, y la conclusión en cuanto a orientación política es similar a la de Badiou: "cambiar el mundo sin tomar el poder" (título del libro de moda de Holloway).
En ocasión del ballotage de Capital Federal, Rep hizo un chiste en Página12 que es toda una radiografía de la actitud política de gran parte de estos progresistas. En el clásico dibujito de tapa de ese diario, un asesor político le decía a Macri: "Ya hemos resuelto como hacer para que nos voten todos en el ballotage. A los que ya nos votaron les decimos todo lo que vamos a hacer: privatización, ajuste, etc. Y a los progresistas les ofrecemos una charla debate para discutirlo" . Y esa es la verdadera la naturaleza de la "autonomia de la política" que plantea Badiou o del "cambio sin tomar el poder" que propone Holloway: que gobierne la burguesía mientras ellos hacen charlas-debates. Esta posición de renegar de la construcción de un partido de la clase obrera y de apartarse de la lucha por el poder es una política de resignación y entrega. Badiou, Holloway y los autonomistas, mal que les pese, no son ni lo "nuevo" ni lo "original", sino el pesimismo y la melancolía políticas de la pequeña burguesía (que tan bien se combinan con la "resistencia" largoplazista e infinita de los ex focos fundidos). Quienes luchamos por la revolución socialista, en cambio, no estamos simplemente animados de utopía u optimismo, sino que aprendimos una importante lección: como decía León Trotski, quien se arrodilla ante los hechos consumados, es incapaz de enfrentar el porvenir.
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