Filósofo y médico psiquiatra, Blondel lleva el
sello de las dos corrientes dominantes en Francia en las
postrimerías del siglo XIX : la filosofía de Bergson y la
sociología de Durkheim, continuada por los trabajos de
Lucien Lévy-Bruhl sobre la mentalidad primitiva. La
originalidad de Blondel radica en la aplicación constante de
ambas en psicopatología, aunque a través del tiempo la
influencia de la sociología se vuelve predominante sobre la
de la filosofía. En el momento en que los psiquiatras
franceses se interesan cada vez más por el psicoanálisis y
la fenomenología para tratar de comprender el enigma de la
enfermedad mental (cf. Cap.7, parágrafo “Psicología,
fenomenología y ciencias humanas”), Charles Blondel
instala, de esta manera, una nueva y polémica perspectiva al
sugerirles basarse en la sociología.
Interno en la Salpêtrière en el servicio del
profesor Deny, uno de los primeros en Francia en recibir y
difundir las ideas de Kraepelin, Blondel tiene ocasión de
reunir allí el material para su tesis de filosofía, que se
hará famosa: La Conscience morbide. Essai de
psychopathologie générale [Blondel, 1919]. Tesis
que defiende en 1914 ante un jurado prestigioso compuesto por
Lévy-Bruhl, Delbos, Picavet, Dumas, Lalande y Delacroix. Es
muy notoria en este trabajo la influencia de Léy-Bruhl.
Coincidente con él, Blondel afirma que no se puede seguir
midiendo al primitivo con la misma vara que al civilizado, ni
al enfermo mental con la misma vara que al sano. Cada uno
presenta una estructura de pensamiento y una mentalidad
específicas, que deben ser entendidas según el método
durkhemiano. Es conveniente evitar la “intropatía”
(en lenguaje actual “empatía”) y observar a los
alienados desde “afuera” sin olvidar, como por otra
parte sostenía Durkheim, que se trata de una exigencia de
método y que al igual que los hechos sociales, los sujetos
no son cosas.
Esta concepción hace, también, tabla rasa del
principio del método patológico que sostiene que no hay
diferencia de naturaleza entre lo normal y lo patológico.
Blondel formula la hipótesis inversa: la conciencia mórbida
posee heterogeneidad, especificidad y originalidad. Siguiendo
a Durkheim, sostiene que lo esencial de nuestra vida mental
proviene de la sociedad. Ahora bien, el enfermo mental sufre
porque las palabras que emplea, los cuadros emocionales
comprendidos y admitidos por todos ya no corresponden a su
experiencia íntima. Es como si hubiera perdido la clave de
todo lo que realiza la conciencia socializada: los modos de
pensar, de sentir y de actuar colectivos, que aseguran la
comprensión entre los hombres. El alienado se halla,
entonces, retirado de la comunidad, aislado, autista -acá
Blondel retoma la concepción de Bleuler-, presa del misterio
y la angustia de lo desconocido. ¿Qué le queda, entonces,
al individuo cuando la conciencia social lo ha abandonado?
“Psiquismo puro” -enuncia Blondel siguiendo a
Bergson, una conciencia que no es ni espacial, ni
socializada, una conciencia reducida a la cenestesia, es
decir al conjunto de sensaciones internas, puesto que el
delirio no es otra cosa que el intento de dominar la angustia
engendrada por la extrañeza de los mensajes que vienen desde
el cuerpo.
El jurado recibió la tesis de Blondel con
admiración por su carácter brillante e innovador pero con
reservas, si nos atenemos al dictamen publicado en 1914 en La
Revue de métaphysique et de morale. Georges Dumas
reprocha al postulante de exagerar, por motivos de su
argumentación, las contradicciones de la conciencia
mórbida, de exagerar también la coherencia de la conciencia
normal y de insistir demasiado en el aspecto sociológico de
las emociones. Delacroix lo acusa de presentar en forma
incomprensible tanto el pasaje de lo psicológico a lo
social, como el de lo normal a lo patológico. De todas esas
críticas, resulta que Blondel, para apuntalar su tesis,
rechaza lo subjetivo, endurece las oposiciones entre
individuo y sociedad, entre lo normal y lo patológico.
Blondel termina por admitir, frente a sus detractores, que
existe una continuidad de lo normal a lo anormal, pero que
eso no impide poner el acento sobre las diferencias. Georges
Dumas evocará esos reparos en su Traité de psychologie,
lo que no impedirá, por otra parte, que solicite a su amigo
Blondel la redacción de los capítulos consagrados a la
volición y a la personalidad.
Once años después de su tesis, en el Journal
de psychologie normale et pathologique [1925], Blondel
retoma esas hipótesis en un artículo titulado “Psychologie
pathologique et sociologie”, que constituye a la
vez un llamado a sus colegas psiquiatras y una respuesta al
artículo que Mauss publica en 1924 (cf. Cap. 7,
parágrafo “La psicología y la sociología : ¿qué
esperan los sociólogos de los psicólogos?”) La
pregunta ya no es “¿qué esperan los sociólogos de los
psicólogos?” sino “¿qué pueden esperar los
médicos alienistas de la sociología?” Blondel advierte
seriamente sobre el riesgo de extender su teoría, llevando a
concebir la enfermedad mental como una regresión a la
mentalidad primitiva, prelógica, lo que parece creer Mauss
siguiendo a otros psiquiatras y al propio Freud. Si bien
Lévy-Bruhl pudo demostrar que hay varias mentalidades
colectivas y que, por ejemplo, el pensamiento primitivo y el
pensamiento civilizado se diferencian en muchos puntos, ambos
pensamientos son normales en el seno de su propia cultura y,
más que nada, son mentalidades colectivas. Nada de eso
ocurre con la conciencia mórbida que, según Blondel, es
esencialmente individual: las manifestaciones psicopáticas
no constituyen nunca nada que pueda parecerse a una
mentalidad colectiva. Por ese hecho, resulta muy difícil
hacer con ella una ciencia, puesto que sólo hay ciencia de
lo general; como mucho podría hacerse su historia. Blondel
enuncia aquí lo que para él determina la imposibilidad de
hacer una verdadera psicología patológica. El único
medio del que dispone el psiquiatra es finalmente recurrir a
la nosografía, que se ha esforzado en agrupar los caracteres
comunes a ciertas patologías. Si bien Lévy-Bruhl eligió
como marco la clasificación de las sociedades, el psiquiatra
no tiene otro ámbito que el de la clasificación de las
entidades mórbidas. Este enorme desvío a través de la
sociología conduce finalmente a Blondel, al penoso regreso a
una clínica médica reducida a la nosografía. Concluye
recordando, de acuerdo con Mauss, la “necesidad de una
actitud nueva en psicología. No hay prueba más contundente
de la existencia de esa necesidad que el éxito del
psicoanálisis” [p.355]. Blondel tiene entonces un
mínimo acuerdo con Freud sobre la idea de que todo está por
hacerse, pero una vez más recuerda en qué se diferencia su
método del de los freudianos. Blondel sólo intenta
proporcionar una explicación de los trastornos mórbidos que
respete su carácter patológico, su extrañeza, su
originalidad y que no los haga desaparecer a fuerza de
interpretarlos.
En adelante, la principal preocupación de
Charles Blondel, se refiere a la vinculación entre lo
psicológico y lo social, apuntando así a la construcción
de una psicología colectiva. Publica un breve trabajo, Introduction
à la psychologie collective [1928], donde intenta
establecer las bases de esa nueva disciplina. El estudio de
los procesos psíquicos y de sus lazos con la vida colectiva
ha sido abordado, desde fines del siglo anterior, por muchos
investigadores, bajo muchas denominaciones: interpsicología,
psicología social, etc. Pero el proyecto de Blondel es más
ambicioso. Lejos de ser sólo una rama de la psicología, la
psicología colectiva debe constituir “su centro y su
nudo” [Blondel, 1928, p.5]. Como lo ha demostrado
Durkheim, lo social no está condicionado por lo
psicológico, sino a la inversa. Lo social está, por lo
tanto, en el centro de todos los hechos mentales: del
pensamiento, de la memoria, y sobre todo, de la vida
afectiva. Gran parte de este opúsculo, por otra parte, está
dedicada a la dimensión social de los sentimientos, de las
emociones, de las voliciones. Este libro marcará
profundamente a Lucien Febvre, quien lo cita a menudo, e
inspirará buena parte de las reflexiones del historiador
sobre la vida afectiva.
Blondel permaneció muchos años como profesor
en Estrasburgo, donde fue colega y amigo de los historiadores
Marc Bloch y Lucien Febvre, y recién en 1937, fue designado
profesor de psicología en la Sorbona. No fue precisamente
por haber sido contrario al psicoanálisis que su carrera
universitaria se vio truncada, sino tal vez, por haber sido
un psicólogo demasiado cercano a los sociólogos y propenso
a cederles un territorio demasiado vasto. En su Psychologie
collective, el autor propone, por ejemplo, esta
jerarquización de las disciplinas inspirada según su
interpretación de Auguste Comte: “Las ciencias que
se ocupan de la mente humana, de sus manifestaciones, de sus
causas y efectos deben clasificarse en el siguiente orden:
psicofisiología, psicología colectiva, psicología
individual” [ibíd., p.11]. Por último,
Blondel ha sido reconocido por los sociólogos y los
historiadores, tanto o más que por los psicólogos. Se vio
enfrentado en todos los casos a la posición dominante de la
psicología patológica, representada por Pierre Janet y
Georges Dumas. Así se explica que, cuando promediando los
años 30, se constituyó una efímera Sociedad de psicología
colectiva, la presidencia recayera en Janet y no en él.
Las concepciones de Chales Blondel
Fragmento de "Breve
historia de la consciencia del cuerpo", de Jean
Starobinski (tomado de http://www.elseminario.com.ar/biblioteca/Starobinski_Conciencia_cuerpo.htm )
...conviene dedicar un momento
de atención a la teoría expuesta por Charles Blondel, en
1914, en "La conciencia mórbida".
(Médico y filósofo, Charles Blondel sigue primero las
enseñanzas de Durkheim y de Bergson; tras la guerra, escribe
uno de los primeros estudios importantes sobre Proust y
dedica al psicoanálisis una obra apresurada y
decepcionante). En "La conciencia mórbida",
Blondel opone a la «teoría periférica» un poder activo y
este poder activo es el lenguaje. No porque sea inexistente
el mensaje cenestésico: pero lo que explica los trastornos
de la conciencia mórbida no es su supuesta perturbación.
Según Blondel, una teoría puramente fisiológica no es apta
para dar cuenta de los fenómenos observados por el clínico.
Las «masas cenestésicas» (que también llama lo
«psicológico puro») no determinan por sí solas la
enfermedad mental: el factor «mórbido» reside por entero
en la insuficiencia de la respuesta verbal a las percepciones
corporales -respuesta que el individuo elabora en el acto de
pensamiento por medio de las herramientas lingüísticas que
ha recibido de la sociedad. Al observar, como lo había hecho
Dupré en sus estudios sobre las cenestopatías, que los
enfermos hacen un alarde de fórmulas metafóricas para
describir sus síntomas, Blondel localiza la anomalía no en
el contenido (supuestamente neutro) de la información
nerviosa corporal, sino en un defecto de la «acción
eliminadora» que tendría que haber resultado de la
intervención favorable del lenguaje.
La conciencia normal, según
Blondel, elimina lo individual, lo «psicológico puro», al
poner en acción los conceptos y herramientas interpretativas
ofrecidas por el sistema de las representaciones colectivas.
La ley del lenguaje, que es el resultado de un aprendizaje
social, tiene como función impersonalizar la expresión que
damos de nuestros estados individuales. Blondel cita a este
respecto un pasaje revelador de Durkheim: «Hay realmente una
parte de nosotros mismos que no está situada bajo la
dependencia inmediata del factor orgánico: es todo lo que,
en nosotros, representa a la sociedad. Las ideas generales
que la religión o la ciencia graban en nuestras mentes, las
operaciones mentales que suponen esas ideas, las creencias y
los sentimientos que se hallan en la base de nuestra vida
moral, todas esas formas superiores de la actividad psíquica
que la sociedad despierta y desarrolla en nosotros no van a
remolque del cuerpo, como nuestras sensaciones y nuestros
estados cenes-tésicos. Es que [...] el mundo de las
representaciones en el cual se desarrolla la vida social se
sobreañade a su sustrato material, en lugar de proceder de
él».
De todo ello, Blondel deduce
que la conciencia normal es una conciencia en la que el dato
cenestésico está dominado y reprimido por el sistema
impersonal del discurso socializado. Al creer afirmar su yo,
en realidad, el individuo racional hace triunfar las normas
colectivas. La conciencia mórbida, incapaz de utilizar el
lenguaje como lo ordena la instancia colectiva, es una
conciencia sumida en lo individual cenestésico, en lo
no-verbal o lo pre-verbal que el uso de las más atrevidas
metáforas no consigue llevar a la expresión. Blondel no
deja de destacar el carácter poético de esos intentos: es
dar a entender que la poesía es refractaria a las normas
sociales, que se sitúa en los aledaños de lo «psicológico
puro», que tiene algo en común con la «conciencia
mórbida»...
No es pues el cuerpo quien
impone su ley a la conciencia. Es la sociedad quien, por
mediación del lenguaje, toma el mando de la conciencia, e
imprime su ley al cuerpo. La teoría de Blondel tiende a
excluir el cuerpo, como fuente causal, para volver a
encontrarlo más tarde como agente de las intenciones
expresivas que le impone el individuo bajo el dictado de la
conciencia colectiva. Por eso vemos cómo se desplaza el
interés del cuerpo según la fisiología (esencialmente
productor de informaciones internas destinadas a ser
filtradas por el lenguaje) al cuerpo según la sociedad
(esencialmente efectuador de mensajes portadores de
significado, según el código y las reglas de la
colectividad). Las prescripciones sociales no imponen sólo
el lenguaje, sino también las manifestaciones corporales no
verbales; no hay nada, en las líneas que siguen, que no
pueda ser suscrito y aprobado por los sociólogos o por los
«paralingüistas» que nos hablan hoy del «cuerpo como
medio de expresión»:
«Para la expresión motriz y
vasomotora de nuestros estados anímicos estamos sordamente
preocupados por encontrar la nota justa, por realizar la
mímica, regulada y definida por los usos y conveniencias,
que correspondan a la emoción-patrón a la que se refiere
nuestra propia emoción. Desde este punto de vista, la
mímica parece haber recibido, por decirlo así, de la
colectividad su morfología y su sintaxis [...]. Pensándolo
bien, no existe ni una sola de nuestras manifestaciones
motrices que no esté así más o menos estrictamente
definida y con respecto a la cual no exista un modelo
colectivo. Es decir, un concepto motor, al que tiene que
adecuarse»