Michel Sauval - Psicoanalista Jacques Lacan, Seminario "La angustia", Lectura y comentarios de Michel Sauval

La fase precoz del desarrollo de la sexualidad femenina

de Ernest Jones

The early development of female sexuality
International Journal of Psycho-Analysis, Vol VIII, Out 1927

Freud ha comentado más de una vez el hecho de que nuestro conocimiento de las primeras etapas del desarrollo femenino es mucho más oscuro e imperfecto que el del desarrollo masculino, y Karen Horney ha insistido con toda razón en que esto debe ser relacionado con la mayor tendencia al prejuicio que reina en este tema. Sin duda esta tendencia a la parcialidad es común a los dos sexos y sería conveniente que todo autor que trate este tema no lo pierda de vista. Más aún, es de esperar que la investigación psicoanalítica esclarezca poco a poco la naturaleza de este prejuicio y, por último, lo disipe. Surge una sana sospecha ante el hecho de que los psicoanalistas hombres hayan sido llevados a adoptar una posición falo-céntrica excesiva en este asunto siendo proporcionalmente subestimada la importancia de los órganos femeninos. Por su parte, las mujeres han contribuido a la mistificación general con su actitud reservada respecto de sus propios órganos genitales y por el hecho de que, manifiestan una preferencia apenas disimulada en cuanto a interesarse sólo por el órgano masculino.

El primer impulso dado a la investigación en la que se apoya fundamentalmente este artículo, ha provenido de la experiencia poco común de tener en análisis simultáneamente; hace dos años, cinco casos de homosexualidad femenina manifiestos. Fueron análisis en profundidad; tres de ellos ya terminados y los restantes muy avanzados. Entre los numerosos problemas surgidos, dos en particular pueden servir de punto de partida a las consideraciones que quiero exponer aquí.

Estos problemas eran: ¿cuál era el equivalente exacto en la mujer del temor de castración en el hombre? y ¿qué es lo que diferencia el desarrollo de las mujeres homosexuales del de las mujeres heterosexuales? Hagamos notar que estas dos preguntas están muy estrechamente ligadas; la palabra "pene" indica su punto de incidencia.

Algunos hechos clínicos a propósito de estos Casos Podrían ser interesantes, pero no tengo la intención de referir la historia detallada de los mismos. Tres de ' las pacientes tenían entre 20 y 30 años y dos entre 30 y 40 años. Dos de las cinco asumían una actitud enteramente negativa frente a los hombres. Fue imposible encontrar una regla uniforme en le concerniente a su actitud consciente respecto de los padres; se daban todas las variedades, negativa frente al padre acompañada de una actitud ya negativa, ya positiva, para con la madre y viceversa. No obstante, en los cinco casos, la actitud inconsciente respecto de los dos padres era muy ambivalente. Todos presentaban signos de una fijación infantil anormalmente fuerte a la madre ligada indiscutiblemente a la etapa oral. 'Esta fijación apareció siempre seguida por una intensa fijación paterna, ya fuera permanente o transitoria, en lo consciente.

La primera de las dos preguntas anotadas más arriba también podría ser formulada como sigue: cuando la niña siente que ya ha sufrido la castración, ¿qué fantasía de un acontecimiento futuro puede provocar un terror igual al de la castración? Tratando de responder a esta pregunta, es decir, de explicar el hecho de que las mujeres sufren de este terror por lo menos tanto como el, hombre, llegué a la conclusión, de que el concepto de "castración" ha obstaculizado, en ciertos aspectos, nuestra apreciación de los conflictos fundamentales. Efectivamente, de hecho, esto es un ejemplo de lo que Karen Horney ha identificado como un prejuicio inconsciente cuando se abordan tales estudios desde un punto de vista demasiado masculino. En su brillante discusión a propósito del complejo del pene en la mujer, Abraham (1) había observado que no había ninguna razón para no aplicar aquí también la palabra "castración", pues se descubren en los dos sexos deseos y temores análogos respecto del pene. Estar de acuerdo con esta opinión no implica, sin embargo, que-haya que descuidar las diferencias existentes en ambos casos, así como no debemos perder de vista el peligro de trasladar a una categoría las reflexiones que ya nos son familiares en la otra. Freud ha observado criteriosamente, en relación con los precursores pregenitales de la castración (destete y desfecación, puestos de relieve por Stäreke y por mí mismo), que el concepto psicoanalítico de castración en tanto que es diferente del concepto biológico correspondiente, se refiere de una manera precisa sólo al pene, pudiendo encontrarse los testículos a lo sumo incluidos.

Veamos ahora el error sobre el que quiero llamar la atención. El papel en extremo importante que asumen normalmente los órganos genitales en la sexualidad masculina, tiende naturalmente a hacernos establecer una equivalencia entre castración y abolición total de la sexualidad. Este error se desliza a menudo en, nuestras discusiones, aunque sepamos que muchos hombres desean ser castrados por razones eróticas, entre otras, de modo tal que la sexualidad no desaparece por cierto con la abdicación del pene. En las mujeres, para quienes la idea del pene es siempre parcial y en gran parte secundaria por naturaleza, esto debería ser aún más evidente. En otros términos, el papel importante desempeñado por los temores de castración en los hombres tiende a veces a hacernos olvidar que en ambos casos, la castración es sólo una amenaza parcial, por muy importante que sea, con relación a la actitud y al placer sexual es en su totalidad. Para la amenaza principal, la de una extinción total, más bien deberíamos utilizar un término diferente, tal como la palabra griega aphanisis.

Si rastreamos hasta sus orígenes el temor fundamental que subyace en todas las neurosis, nos vemos obligados, en mi opinión, a concluir que lo que significa realmente es esta aphanisis, es decir la extinción total, y, por supuesto, permanente de la aptitud para el placer sexual, y aun la ausencia de toda posibilidad de experimentar dicho placer.

Después de todo, aquí se trata evidentemente de la actitud conscientemente confesada por la mayoría de los adultos respecto de los niños. Esta es por completo intransigente: no se debe permitir a los niños ninguna gratificación sexual. Y sabemos que para el niño la idea de un plazo indefinido está muy cerca de la de une negación permanente. No podemos, por supuesto, esperar que el inconsciente, que es concreto por naturaleza, se dirija a nosotros en los términos abstractos que convendrían para una generalización. Lo que más se acercaría a la idea de aphanisis tal como ésta se presenta clínicamente sería la idea de la castración y las ideas de muerte (temor consciente de la muerte' y deseos de muerte inconscientes). Citaré aquí para lustrar este punto, el caso de un joven obseso que había sustituido como su summun bonum la idea de un placer estético ala de una gratificación sexual, y cuyos temores de castración tomaban la forma de un temor de perder la aptitud para este placer, cuando en realidad se disimulaba detrás de estos temores la idea concreta de la pérdida del pene.

Desde este punto de vista, vemos que el problema tratado aquí estaba mal planteado. El temor del hombre de ser castrado puede tener o no un equivalente preciso en la mujer, pero, lo que es mucho más importante es comprender que este temor es sólo un caso particular y que, en última instancia, los dos sexos temen exactamente lo mismo, la aphanisis. El mecanismo en cuestión en esta aphanisis presenta diferencias importantes en ambos sexos. Si dejamos de lado, por ahora, el campo del autoerotismo —suponiendo razonablemente que los conflictos en este terreno deben su importancia particular a las investissements secundarias aloeróticas— y si centramos así nuestra atención en el aloerotismo propiamente dicho, podemos reconstruir la cadena de las ideas en el hombre más o menos como sigue: "deseo obtener una gratificación llevando a cabo un acto particular, pero no me atrevo a hacerlo porque temo que sea seguido del castigo de la aphanisis, de la castración que significaría para mí la extinción permanente del placer sexual". Los pensamientos correspondientes en la mujer, por naturaleza más pasiva, son de modo característico algo diferentes: "deseo ser gratificada por una experiencia particular pero no me atrevo a intentar cualquier medio que la haría posible como; por ejemplo, pedirla y confesar así mi deseo culpable, porque terno que si lo hago, esto sea seguida de aphanisis".
Es muy evidente que esta diferencia es no sólo variable, sino que, de hecho, es sólo una diferencia de grado. En ambos casos hay una actividad, aunque esta sea más manifiesta y vigorosa en el hombre. Esta no es, sin embargo, la diferencia mayor: existe una más importante que surge del hecho de que, por razones fisiológicas evidentes, la mujer depende- mucho más de su pareja para su gratificación que el hombre. Venus ha tenido muchos más problemas con Monis, por ejemplo, que Plutón con Perséfona.

Este último argumento evidencia la razón biológica que explica las diferencias sicológicas más importantes en el comportamiento y la actitud de ambos sexos; diferencia que constituye la causa directa de la dependencia (que hay que distinguir del deseo) de la mujer en cuanto a la buena voluntad y la aprobación moral de su pareja; dependencia mayor que la que encontramos habitualmente en el hombre cuya sensibilidad correspondiente recae sobre otro hombre que desempeña un papel autoritario. De aquí surgen, entre otras cosas, los reproches más corrientes y las necesidades de la mujer de ser afirmada. Entre las consecuencias sociales importantes, se pueden mencionar las siguientes: sabemos quo nuestra moral ha sido esencialmente creada por los hombres, y —lo que es mucho más curioso— que los ideales morales de las mujeres son copiados en su casi totalidad de los de los hombres. Esto debe estar relacionado seguramente con el hecho, destacado por Héléne Deutsch (2) de que el superyó femenino, como el masculino, deriva de modo predominante de las relaciones frente al padre. Otra consecuencia, que nos remite al centro mismo 'de nuestro problema, es que el mecanismo de la aphanisis difiere en ambos sexos. En tanto que en el hombre es concebido típicamente bajo la forma activa de una castración, en la mujer el temor primario parece concernir, a la separación. Podemos imaginar que esto se deba a que la madre rival se ha interpuesto entre la hija y el padre, o aún a que ha echado a su hija para siempre, o inclusive a que es el padre quien simplemente ha rechazado la gratificación deseada. El temor profundo de ser abandonada, experimentado por la mayoría de las mujeres, deriva de este último hecho.

Ahora es posible llegar a una comprensión más profunda del problema de la relación entre la privación y la culpa, en otros términos, de la génesis del superyó. En este aspecto los elementos que nos aportan los análisis de mujeres nos son más valiosos que los análisis de hombres. Freud ha sugerido, eh su artículo sobre la declinación del complejo de Edipo, que en la mujer éste era la consecuencia directa de una decepción contínua (privación), y nosotros sabemos que el superyó es el heredero de este complejo tanto en 'la mujer como en el hombre, para quien es el producto del sentimiento de culpa derivado del temor a la castración. Se sigue de esto, y mí experiencia psicoanalítica lo confirma plenamente (3) que la simple privación llega a tener, en ambos sexos, naturalmente, la misma significación que la privación intencional impuesta por el medio. Llegamos así a la fórmula: la privación es equivalente a la castración. Hasta es posible, como se puede deducir de las observaciones de Freud sobre la declinación del complejo de Edipo femenino, qué la privación sola puede ser una causa suficiente en la génesis del sentimiento de culpa. Esta discusión nos llevaría demasiado lejos en la estructura del superyó y nos apartaría de nuestro tema principal, pero me gustaría mencionar simplemente una concepción a la que he llegado y que toca de cerca a nuestro problema.

A saber que el sentimiento de culpa y con él el superyó es, podríamos decir, edificado artificialmente para proteger al niño del estrés de la privación —es decir, de la libido no gratificada— y apartar así el temor de la aphanisis que siempre la acompaña; llega a ello, naturalmente, ahogando los deseos que no están destinados a ser gratificados. Hasta pienso que la desaprobación del medio, al que se atribuía habitualmente todo el proceso, es, en gran parte, una explotación de la situación por parte del niño; o sea que la gratificación significa inicialmente peligro, luego el niño la proyecta al mundo exterior como lo hace con todos los peligros internos; utiliza a continuación toda desaprobación sobre este asunto (moralisches Entgegenkommen) para señalar el peligro y para ayudarlo a construir una defensa contra el mismo. Para volver a nuestra niña, debemos ahora trazar las diferentes etapas del desarrollo a partir de la fase oral inicial. Se piensa comúnmente que el pezón, o la tetina de la mamadera, son reemplazados, después de los juegos de succión del pulgar, por el clítoris, como fuente principal de placer, así corno el pene en el varón. Freud (4) piensa que esta solución relativamente insatisfactoria, va a conducir automáticamente al niño a buscar un pene exterior, más satisfactorio, introduciéndolo así en la situación edípica, donde el deseo de tener un hijo (5) va a reemplazar poco a poco al de tener un pene. Mis propios análisis, como los "análisis precoces" de Melanie Klein, indican que existen además transiciones más directas entre la etapa oral y la etapa edípica. Me parece que las tendencias derivadas de esta última etapa se bifurcan precozmente hacia el clítoris y la "Fellatio" —es decir hacia la manipulación digital del clítoris y las fantasías de "Fellatio"; su importancia relativa será naturalmente distinta según los casos, pero podemos esperar que esto tenga consecuencias decisivas para el desarrollo ulterior.

Sigamos ahora más en detalle estas líneas de des¬arrollo; esbozaré primero lo que creo que es el modo más normal de desarrollo, el que conduce a la heterosexualidad. Aquí, la fase sádica se instala tardíamente y por ende, ni la etapa oral ni la etapa clitoriana sufren un investissement sádico importante. Así, por otra parte, el clítoris no se asociará a una actitud masculina particularmente activa (hacer sobresalir, etc.) y, por otra parte, la fantasía sádica oral de seccionar el pene masculino de un mordisco no está demasiado desarrollada. La actitud oral es, sobre todo, la de succión y pasa por una transición bien conocida a la etapa anal del desarrollo. Los dos orificios alimenticios constituyen así el órgano femenino receptivo. Al principio el ano es evidentemente identificado con la vagina, y la diferenciación de los dos es un proceso en extremo oscuro, quizás más aún que cualquier otro, a lo largo del desarrollo femenino; supongo, sin embargo, que esto se produce en parte a una edad más precoz de la que generalmente se cree. Una cantidad variable de sadismo acompaña siempre a la etapa anal y se revela en las fantasías familiares de violación anal que pueden o no transformarse en fantasía de violencia (6). La relación edípica está entonces en plena actividad y las fantasías anales, como lo veremos más adelante, son ya un compromiso entre las tendencias de la libido y las tendencias autopunitorias. Esta etapa boca-ano-vagina, representa pues una identificación con la madre.

¿Qué pasa durante ese tiempo con la actitud respecto del pene? Es bastante verosímil que la actitud inicial sea únicamente positiva (7) y se manifieste por el deseo de chuparlo.

Pero pronto la envidia del pene hace su aparición y aparentemente de modo constante. Las razones primarias, por así decir autoeróticas, de ésta actitud, han sido bien destacadas por Karen Horney (8) en su estudio sobre el papel cumplido por este órgano en las actividades urinarias, exhibicionista, escoptofílica y masturbatoria. El deseo de poseer un pene como el varón debe transformarse, sin embargo, normalmente en deseo de hacer participar su pene en una actividad de tipo copulativo Mediante la boca, el ano o la vagina. Sublimaciones y reacciones inversas muestran que ninguna mujer escapa a la etapa precoz de la envidia del pene, pero admito con Karen Horney (9) Héléne Deutsch (10) Melanie Klein (11) y otras, que lo que encontramos clínicamente como envidia del pene en las neurosis, sólo deriva de esta fuente en escasa proporción. Debemos distinguir entre lo que se podría quizás llamar la envidia del pene pre-edípica y postedípica (más exactamente, la envidia del pene auto-erótica) , y estoy convencido de que clínicamente es esta última la más importante. Así como la masturbación y las otras actividades autoeróticas obtienen su importancia del reinvestissement proveniente de fuentes aloeróticas, también debemos reconocer que muchos fenómenos clínicos dependen de la función defensiva de la regresión, sobre la que Freud (12) ha insistido recientemente. Es justamente la privación resultante de una decepción continua dado que la ' niña nunca puede compartir el pene con el padre en el coito, así como tampoco puede obtener de él un bebé, lo que despierta su deseo precoz de poseer un pene propio.

Según la teoría anunciada más arriba, es esta privación la que constituye primitivamente la situación insoportable porque es equivalente al temor fundamental de la aphanisis. El sentimiento de culpa y la elaboración del superyó constituyen, como lo hemos visto antes, la defensa primera e invariable contra esta privación insoportable. Pero esta solución es demasiado negativa en sí; la libido debe finalmente poder expresarse también.

Sólo existen dos posibilidades de expresión de la libido en esta situación, y ambas vías pueden ser adoptadas. La niña debe elegir, grosso modo, entre abandonar su nexo erótico con el padre y el abandono de su femineidad —es decir su identificación anal con la madre. Debe cambiar de objeto o de deseo; le es imposible conservar ambos. Debe renunciar o al padre o a la vagina (incluidas las vaginas pregenitales) . En el primer caso los deseos femeninos afloran a un nivel adulto —es decir, encanto erótico difuso (narcisismo), actitud vaginal positiva con respecto al coito, que culmina, en el embarazo y el parto— y son transferidos a objetos más accesibles. En el segundo caso el nexo con el padre se conserva, pero esta relación de objeto se transforma en identificación —es decir en complejo del pene.

Veremos más detalladamente en el próximo parágrafo de qué manera opera esta defensa por identificación, pero por el momento preferiría poner el acento sobre el interesante paralelismo, que ya señaló Karen Horney (13), entre las soluciones del conflicto edípico en ambos sexos. También el varón está amenazado de aphanisis, el temor conocido de la castración, por la privación inevitable con que chocan sus deseos incestuosos. Aquí también hay que elegir entre cambio de deseo y cambio de objeto, entre renunciar a su madre y renunciar a su virilidad —es decir, a su pene. Hemos llegada así a una formulación más general que se aplica tanto al varón como a la niña: confrontados con la aphanisis resultante de una privación inevitable, deben renunciar o a su sexo o a su incesto; lo que no puede ser conservado, salvo al precio de la neurosis, es el incesto hétero-erótico, y aloerótico, es decir, una relación de objeto incestuosa.

En ambos casos, la, situación más difícil es la situación simple, pero fundamental, de la unión entre el pene y la vagina. Normalmente esta unión se hace posible por la liquidación del complejo de Edipo. Cuando, en cambio, el sujeto elige la polución (le la inversión, todos sus esfuerzos tienden a. evitar la unión, pues esta última está ligada al temor de la aphanisis. El individuo, macho o hembra, identifica su integridad sexual con la 'posesión del órgano del sexo opuesto y se vuelve patológicamente dependiente de él. Los varones pueden así utilizar la boca o el ano como órgano femenino necesario (con un hombre o con una mujer masculina) o adoptar por sustitución el aparato genital de esa mujer a quien se identifica; en este último caso, dependen de la mujer que posee el objeto precioso y se ponen ansiosos si ella se ausenta o si algo en su actitud hace difícil el acceso a este órgano. En las niñas, puede darse la misma alternativa volviéndose patológicamente dependientes- ya sea de la posesión de un pene imaginario, ya de la libertad de acceso al del hombre con quien se han identificado. Si la "condición de dependencia" (cf. el término empleado por Freud: Liebesbedingung) no se realiza, el sujeto, hombre o mujer se acerca al estado de aphanisis, o, según una terminología menos rigurosa, "se siente castrado". Alternan por consiguiente, entre la potencia basada en una gratificación invertida y la aphanisis. Más simplemente: o tienen un órgano del sexo opuesto, o carecen por completo de él; pero no aceptan el de su propio sexo.

Pasemos ahora a nuestra segunda pregunta; a saber, la concerniente a la diferencia de desarrollo entre mujeres hétero y homosexuales. Esta diferencia había sido ya invocada en ocasión de nuestra discusión sobre las dos soluciones aportadas al conflicto edípico, pero debemos analizarla más en detalle. La divergencia mencionada —que, es necesario decirlo, es siempre una cuestión de grado— entre las que renuncian a su libido de objeto (el padre) y las que renuncian a su libido de sujeto (el sexo), la volvemos a encontrar en el campo de la homosexualidad femenina. Podemos distinguir así dos grandes grupos.

Primero: las mujeres que conservan su interés por los hombres, pero que se esfuerzan por hacerse aceptar por los hombres como siendo de los suyos. A este grupo pertenece un cierto tipo de mujeres que se quejan continuamente de la injusticia de la suerte de la mujer y del mal trato de los hombres para con ellas.

Segundo: las que tienen poco o ningún interés por los hombres, pero cuya libido está centrada en las mujeres. El análisis muestra que este interés por las mujeres es un medio sustitutivo de gozar de la femineidad; utilizan simplemente a otras mujeres para exhibirlo en su lugar (14).

Es fácil ver que el primer grupo descripto abarca el tipo específico de los sujetos que habían preferido abandonar su sexo, mientras que el segundo grupo corresponde a los sujetos que han abandonado el objeto (el padre) y lo sustituyen por identificación. Para más claridad me detendré en este enunciado. Los sujetos del primer grupo invierten su propio sexo pero conservan su primer objeto de amor; sin embargo la relación de objeto es reemplazada por la identificación, y el fin de la libido es hacer reconocer esta identificación por el primer objeto.

Las mujeres que pertenecen al segundo grupo se identifican también con el objeto de amor, pero este objeto pierde entonces todo interés para ellas; su relación de objeto externa con la otra, mujer es muy imperfecta, pues sólo representa su propia femineidad mediante la identificación, y su fin es obtener de ella, por sustitución, la gratificación de parte de un hombre que les es invisible (el padre incorporado a ellas) .

La identificación con el padre es también común a todas las formas de homosexualidad, aun cuando sea más profunda en el primer grupo que en el segundo, en el que se conserva de una forma sustitutiva, al menos un poco de femineidad. Es más que probable que esta identificación tenga por función mantener la represión de los deseos femeninos. Constituye la negación más completa que se pueda imaginar, la negación ante la acusación de encubrir deseos femeninos culpables, pues afirma: "No puedo en absoluto desear el pene de un hombre para gozar de él, puesto que ya poseo uno propio o, de todos modos, no quiero sino un pene mío". Según los términos de la teoría antes expuesta en este artículo, esto permite la defensa más completa posible contra el peligro de aphanisis provenientes de la no gratificación de los deseos incestuosos. Esta defensa está de hecho tan bien concebida que no es asombroso que se puedan encontrar huellas de ella en todas las niñas que pasan por la etapa edípica, aun cuando la importancia de lo conservado más tarde, sea muy variable. Hasta me atreveré a decir que cuando Freud postuló la existencia de una etapa "fálica" en el curso de la evolución de la niña correspondiente a la del varón —es decir—, una etapa en la que todo el interés parece recaer exclusivamente en el órgano masculino en tanto que los órganos vaginales o prevaginales parecen haber sido borrados— daba una descripción clínica de lo que puede ser observado, más bien que un análisis verdaderamente radical de la posición real de la libido de esta base; pues me parece verosímil que la fase fálica en las niñas normales sólo sea una forma atenuada de la identificación con el pene del padre que existe en las mujeres homosexuales y, en calidad de tal, de una naturaleza esencialmente secundaria y defensiva.

Karen Horney (15) subrayó que el hecho de mantener una posición femenina y de aceptar la ausencia del pene significa a menudo, para una niña, no sólo el valor de asumir sus deseos incestuosos, sino también la fantasía de que su estado físico proviene de una violación castradora que su padre habría cometido realmente con anterioridad. De este modo, la identificación con el pene implica una negación de estas dos formas de culpabilidad: el deseo de que el acto incestuoso pueda ocurrir en el futuro y la realización fantástica del deseo de que éste haya ocurrido ya en el pasado. El autor muestra además, que en las niñas esta identificación con el sexo opuesto presenta una ventaja, mayor que en los varones; en efecto, la ventaja de esta defensa común a los dos sexos está reforzada en la niña por la consolidación del narcisismo derivado de las fuentes arcaicas, pre-edípicas de envidia (urinaria, exhibicionista, masturbatoria) mientras que en el varón se ve debilitada por la herida narcisista que implica la aceptación de la castración.

Dado que esta identificación debe ser considerada como un fenómeno general en las niñas, debemos buscar más allá los motivos que la intensifican de forma tan extraordinaria y característica, en aquellas que serán más tarde homosexuales. Aquí seré • más breve aún en mis conclusiones que antes. Los factores fundamentales —y hasta donde sea legítimo decir, innatos— determinante en este contexto parecen ser de dos órdenes —a saber, una intensidad infrecuente del erotismo oral y del sadismo. Estos convergen para desembocar en una intensificación de la fase sádico-oral que considero como la característica central del desarrollo homosexual de la mujer.

El sadismo aparece, no sólo en las manifestaciones musculares ya conocidas con sus derivados caracterológicos correspondientes sino aun confiriendo una cualidad particularmente activa (protrusiva) a las pulsiones clitorianas, lo que refuerza naturalmente el valor de todo pene que pueda ser adquirido en las fantasías. Sin embargo, sus manifestaciones más características se encuentran en el impulso sádico-oral de arrancar el pene del hombre de un mordisco. Cuando el temperamento sádico va acompañado de una disposición a la conversión del amor en odio, como sucede a menudo, con las ideas de injusticia, de resentimiento, y de venganza, entonces estas fantasías de mordisco gratifican a la vez el deseo de obtener el pene por la fuerza y el deseo de vengarse del hombre castrándolo.

El desarrollo intenso del erotismo oral se manifiesta de diversos modos perfectamente conocidos gracias a las investigaciones de Abraham (16) y de Edward Glover (17) pueden ser conscientemente positivos o negativos. No obstante, existe un hecho particular que debe llamarnos la atención, es la importancia de la lengua en tales casos. La identificación de la lengua con el pene, que Flügel (18) y yo mismo (19) hemos tratado en detalle, alcanza en algunas homosexuales un grado extraordinario, He visto casos en que la lengua constituía un sustituto casi totalmente satisfactorio del pene en las actividades homosexuales. Es evidente que la fijación en el pezón implícita aquí favorece el desarrollo de la homosexualidad de dos formas. Hace más difícil a la niña el pasaje de la "Fellatio" al coito vaginal por una parte; y por otra, le facilita el poder recurrir una vez más a una mujer como objeto de la libido.

Podemos notar aquí una correlación interesante. Los dos factores antes mencionados, el erotismo oral y el sadismo, parecen corresponder a las dos formas de sexualidad femenina. Allí donde domine el erotismo oral el sujeto pertenecerá sin duda al segundo grupo (aquel cuyo interés recae en las mujeres), y allí donde predomine el sadismo el sujeto pertenecerá al primer grupo (el que se interesa por los hombres).

Deberíamos decir aún una palabra sobre los factores importantes que influyen en el desarrollo ulterior de la homosexualidad femenina. Hemos visto que para protegerse de la aphanisis la niña levantaba barreras contra su femineidad, en especial la de identificación con el pene. Entre las que se cuenta en primer lugar un sentimiento intenso de culpabilidad y una censura de los deseos femeninos; la mayoría de las veces y en alto grado esto permanece inconsciente. Para reforzar esta barrera de culpabilidad se agrega la idea de que los "hombres" (es decir, el padre) se oponen firmemente a los deseos femeninos. Para reforzar esta censura la mujer se obliga a creer que todos los hombres en el fondo de sí mismos desaprueban la femineidad. Esto coincide desgraciada¬mente con la realidad, pues muchos hombres denigran efectivamente la sexualidad femenina al mismo tiempo que temen el órgano femenino. No hemos de precisar aquí las diferentes razones de tal actitud; están todas relacionadas con el complejo de castración del hombre. No obstante, la mujer homosexual se apodera ávidamente de las manifestaciones de esa actitud y puede, gracias a ellas, transformar su creencia profunda en un sistema delirante completo. Aún en sus formas atenuadas es muy corriente ver a hombres y mujeres imputar toda la así llamada inferioridad de la mujer (20) a las influencias sociales, que tendencias profundas han explotado del modo que acabamos de describir.

Terminaré con algunas observaciones acerca del temor y del castigo en las mujeres en general. Las ideas al respecto pueden implicar ya la madre ya el padre. En mi experiencia, el primer caso es más característico de la heterosexualidad, y el segundo de la homosexualidad. Aquél parece ser de simples represalias contra los deseos de agresión y de muerte respecto de la madre; que castigará a la hija interponiéndose entre ella y el padre, echándola para siempre o impidiéndole por cualquier otro medio la realización de sus deseos incestuosos. La hija responderá a. ello por una parte conservando su femineidad al precio de la renuncia al padre, y por otra obteniendo una gratificación imaginaria sustitutiva de sus deseos incestuosos al identificarse con la madre.

Cuando el miedo concierne sobre todo al padre, el castigo toma la forma evidente de una negación de .gratificación de sus deseos, de donde deriva entonces rápidamente la idea de que el padre las desaprueba. Repulsa y abandono son las expresiones conscientes y comunes de la idea de castigo. Si esta privación se efectúa a nivel oral, la respuesta es el resentimiento y fantasías de castración (mordisco). Si se desarrolla a nivel anal, más tardío, la salida se muestra más favorable. Aquí, la niña se arregla para combinar en un solo acto sus deseos eróticos y la idea de ser castigada —específicamente la violación anal-vaginal—; las fantasías de ser golpeada son evidentemente un derivado de esto. Como lo hemos visto antes, este hecho constituye una de las soluciones en que el incesto es el equivalente de la masturbación, al punto que la fantasía de poseer el pene constituye una protección contra ambos.

Podemos ahora recapitular las principales conclusiones a que hemos llegado. Aunque por razones diferentes, varones y niñas tienden a enfocar la sexualidad exclusivamente en términos del pene, los psicoanalistas deberían demostrar algún escepticismo al respecto. El término "castración" debería reservarse, como Freud lo señaló, sólo al pene, y no ser confundido con "la extinción de la sexualidad" para la que proponemos el término aphanisis. La privación de los deseos sexuales provoca en el niño el temor de la aphanisis, es decir, es equivalente al temor de la frustración. La culpabilidad proviene de lo interior, en tanto defensa contra esta situación antes que como coacción externa, aunque el niño sepa explotar cualquier moralisches Entgegenkommen del mundo exterior.

La etapa oral-erótica en la niña desemboca directamente en la etapa de la "Fellatio" y en la etapa clitoriana, y es entonces cuando la primera de estas etapas da lugar a la etapa anal erótica; la boca, el ano y la vagina, forman así una serie de equivalentes del órgano femenino. La represión de los deseos incestuosos termina en una regresión hacia la envidia del pene, preedípica o autoerótica, como defensa levantada contra aquellos. La envidia del pene, tal como la vemos en nuestra práctica, deriva sobre todo de esta reacción, en el plano aloerótico, y la identificación con el padre representa esencialmente la negación de la femineidad. La "fase fálica" de Freud es, en la niña, probablemente una construcción defensiva secundaria, antes que una verdadera etapa del desarrollo.

Para evitar la neurosis, tanto el varón como la niña deben liquidar de la misma forma el conflicto edípico: pueden abandonar su- objeto de amor, o bien su propio sexo. Si adoptan esta última solución —homosexual— se vuelven dependientes de la posición imaginaria del sexo opuesto sea directamente, sea por identificación con otra persona de ese sexo. Esto conduce a las dos formas principales de homosexualidad.

Las factores fundamentales que operan en forma decisiva sobre el hecho de que la niña se lance a una identificación con el padre —y esto de forma tan intensa que pueda realizar una inversión clínica— son esencialmente un erotismo oral y un sadismo particularmente intensos que se combinan de manera típica en una etapa sádico-oral intensa. Si el primero de estos dos factores predomina, la inversión toma la forma de una dependencia con respecto a otra mujer y de un desinterés por los hombres; el sujeto es masculino pero goza lo mismo de la femineidad por identificación con una mujer femenina que ella gratifica gracias a un sustituto del pene, representado la mayoría de las veces por la lengua. El predominio del segundo factor lleva al sujeto a interesarse por los hombres, ya que su deseo es el de obtener de ellos el reconocimiento de sus propios atributos masculinos; es el tipo de mujeres que manifiestan tan a menudo rencor hacia los hombres, con fantasías castradoras (o de mordisco) a su respecto.

La mujer heterosexual terne más a su madre que la mujer homosexual, cuyo temor se centra en el padre. El castigo temido en este último caso es que le retiren el amor (abandono) en el plano oral, y el ser golpeada en el plano anal (agresión rectal).

Notas

(1) Abraham, "Manifestations of the Female Castration Complex" (1929), en Selected Papers on Psycho-Analysis, Hogarth Press, Londres, 1927.

(2) Héléne Deutsch, Zur Psychologie des Weiblichsn Sexualfunktionen, 1925, p. 9.

(3) Hemos llegado a esta conclusión con Mme. Riviere, cuyas teorías se exponen en otro trabajo, International Journal of Psycho-Analysis, vol VIII, pp. 374-5.

(4) Freud, International Journal of Psycho-Analysis, vol. VIII, p. 140.

(5) No me extiendo en este trabajo sobre el deseo de tener un hijo pues hablo sobre todo de las etapas precoces. Considero este deseo como siendo en gran parte un derivado tardío de las tendencias anales y fálicas

(6) Beating Phantasies: las fantasías de pegar, de ser golpeado.

(7) Héléne Deutsch (op. cit., p. 19) refiere una observación interesante de una niña de 18 meses que vio un pene con una indiferencia notable en esta época de su vida y que no presentó reacciones afectivas sino más tarde.

(8) Karen Horney, International Journal of Psycho-Analysis, vol. V, pp. 52, 54.

(9) Ibid., p. 64.

(10) Héléne Deutsch, op. cit., pp. 16-18.

(11) Melanie Klein, comunicaciones hechas a la British Psycho-Analytical Society.

(12) Freud, Hemmung, Symptom und Angst, 1926, p. 48, etcétera

(13) Karen Horney, op. cit., p. 64.

(14) Para mayor simplicidad, no mencionamos en este texto una tercera forma interesante pero que merece ser señalada. Ciertas mujeres obtienen la gratificación de los deseos femeninos bajo dos condiciones: 1) que el pene sea reemplazado por un objeto sustitutivo como la lengua o el dedo; y 2) que la pareja que emplea este órgano sea una mujer en vez de un hombre. Aunque clínicamente puedan aparecer bajo la forma de una inversión completa, tales casos están evidentemente más cerca de lo normal que uno de los dos casos mencionados en el texto

(15) Id. loc. cit.

(16) Abraham, cit., cap. XII.

(17) Edward Glover, "Notes on Oral Character Formation", International Journal of Psycho-Analysis, vol. VI, p.. 131.

(18) J. C. Flugel, "A Note on the Fhallic Significance of the Tounge", International Journal of Psycho-Analysis, 1925, vol. VI, p. 209.

(19) Ernest Jones, Essays' in Applied Psycho-Analysis, 1923, cap. VIII.

(20) De hecho, su interioridad como mujeres

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