Michel Sauval - Psicoanalista Jacques Lacan, Seminario "La angustia", Lectura y comentarios de Michel Sauval

Notas y comentarios
Sesión del 27 de febrero de 1963

Intervenciones de Aulagnier y Granoff

AULAGNIER:— Simplemente recordaré que cuando el señor Granoff, en el seminario pasado (1), nos brindó un enfoque sobre la manera en que en los últimos veinte o treinta años fue tratado por los analistas el problema de la contratransferencia, nos dijo —si tengo buena memoria— que a partir de las diferentes tendencias habríamos podido ver una especie de compás, una abertura de 180°, y que las dos tendencias extremas, que por lo tanto debían formar en cierto sentido las dos puntas de ese compás, eran por una parte lo que podía extraerse del artículo de Thomas Szasz, expuesto por el señor Perrier, y por otra el punto de vista opuesto, el artículo de Margaret Little, del que por mi parte voy a hablarles.

En ese artículo hay una parte teórica y una parte clínica. Agrego que por cierto no se trata de examinarlo como merecería —es un artículo muy rico, sin duda—; no es eso lo que tengo la intención de hacer, sino, yo diría, comunicarles simplemente las reflexiones que ciertos puntos del mismo me sugirieron.

Y, en primer lugar, ¿cuál es su título?. En el título, Margaret Little se refiere a un primer artículo, publicado en 1951, donde ya era cuestión de esa R, ese símbolo que para ella significa lo que, según creo, podríamos denominar "la totalidad de la respuesta del analista a las necesidades de sus pacientes".

Ya el término "necesidad" convoca nuestro interés o nos pone alertas. Es que normalmente, en francés la palabra "respuesta" sugiere como frente a frente, como sustentante, la palabra "pregunta" o "demanda". Aquí no hay nada de esto. Se trata efectivamente de "necesidad", y aunque la propia Margaret Little nos manifieste que es muy difícil decir qué entiende ella por el término "necesidad", que dicho término es muy vago, creo que lo que se desprende de todo el artículo es en verdad, da ganas de decirlo, el lado corporeidad para ella. Esa especie, no de falta, en el sentido en que Lacan nos ha enseñado a entenderla, de vacío, de precipicio a nivel del sujeto, precipicio en el que se precipita lo que en ese artículo podremos definir como el don en tanto que revelación de lo que aparece y constituye su interés, vale decir, el deseo del analista.

Dicho esto, si retomamos algunos de los puntos que con razón o sin ella me parecieron los más importantes, comenzaré por detenerme en la definición que propone la autora para el término "contratransferencia". Margaret Little comienza diciéndonos cuán lamentable resulta — y después de todo se trata de un disgusto que comprendemos y que en rigor hasta podemos compartir— el hecho de que con gran frecuencia en nuestra ética, en nuestro dominio, ciertos términos sean empleados por diferentes autores, y que los mismos términos sirvan para definir conceptos bastante diferentes, lo cual amenaza crear un diálogo de sordos.

Sabemos ya todo esto, pero — lo que parece más importante— les leeré la definición de Little sobre la contratransferencia. He aquí lo que representa para ella: "... elementos reprimidos, por lo tanto no analizados hasta ese momento en el analista, que los vincula a su paciente de la misma manera ..." — me excuso, quizás no sea éste un francés muy correcto, traduzco— "... que el paciente transfiere sobre el analista afectos ... etc. ... que corresponden a sus padres o a objetos de su infancia, es decir, que el analista considera al paciente de una manera temporaria y variada como consideraba a sus propios padres". Esto representa la contratransferencia para Margaret Little.

Por lo tanto, la contratransferencia es algo que representa lo que no fue analizado y cuyo análisis, en definitiva, vale decir, las reacciones que provocará, no podrán ser analizadas por el analista sino retroactivamente y deberán ser interpretadas, yo diría, de manera retroactiva por el analista si éste comprende a posteriori su sentido. Se tratará —enseguida lo veremos— de manera simplista, de tener una reacción que hable de esos elementos no analizados, de esa parte que ha escapado al análisis personal del analista, y que sólo después, dado que es analista, podrá o no interpretar, comprender su sentido.

Podemos agregar que a partir de aquí lo que se perfila es que en la cura, por momentos, nos hallaríamos frente a nuestros pacientes exactamente en la misma posición en que se encuentran ellos frente a nosotros, esto es: que en cierto modo asumirían el rol que tuvo nuestro analista durante nuestro propio análisis. Si provocara en nosotros ciertas respuestas, ello sería en cuanto personaje que representa a los padres.

Enseguida veremos qué debe pensarse de esas respuestas, el papel que Margaret Little les concede y sus aplicaciones, o más bien qué produce esto en la práctica, en la clínica.

A continuación, Margaret Little va a hablarnos de lo que ella definirá como respuesta total, es decir, algo que implica tanto a la interpretación como a lo que en un sentido general podemos llamar el comportamiento, los sentimientos, etc.

No me detendré sobre esto. Lo haré sobre dos puntos de la parte teórica: por un lado, lo que la autora nos dice acerca de la responsabilidad y, por otro — está en el último parágrafo, tal vez el más importante— acerca de lo que denomina la manifestación del analista como personal real, como persona.

Veamos que nos dice de la responsabilidad. Todo el artículo está —como decir— dedicado a cierto tipo de pacientes, aquéllos a quienes ella denomina pacientes border-line, personalidades psicopáticas y que en realidad son aquéllos que, según creo, nos interesaría llamar estructuras psicóticas. Agrego que aquí se advierte el interés que ofrecería efectuar una diferencia entre estructura psicótica y psicosis clínica o psicosis sintomática; pero esto ... poco importa.

Al abordar el problema de la responsabilidad, Margaret Little nos dice que ante todo esta claro que nadie nos obliga a ser analistas, y que si hemos elegido serlo, nadie nos obliga a aceptar determinado tipo de pacientes. Pero que a partir del momento en que los hemos aceptado, nuestra responsabilidad frente a ellos queda enteramente comprometida; hay un compromiso del cien por cien, y por cierto que es preciso conocer sus limites, aún cuando no pudiéramos respetarlos ... etc. Pero en definitiva, con una muy grande honestidad y una sensación de examinar las cosas lo más frontalmente que puede, Little insiste sobre lo que se podría llamar nuestra responsabilidad, en particular frente a este tipo de pacientes.

Hasta aquí no hay nada que no podamos compartir y aceptar completamente. Por el contrario, quedo particularmente interesada o alertada cuando nos dice que es útil hacer consciente al analizado de esa responsabilidad, de la responsabilidad que asumimos. Aquí debo decir que, si he comprendido bien lo que dice Margaret Little, verdaderamente me detuve al leerlo, porque ¿qué nos dice Margaret Little?. Nos dice: "En general, este tipo de pacientes no se da cuenta en absoluto de la responsabilidad que nos es propia. Por lo tanto, es preciso que les hagamos tomar conciencia". Nos explica la razón de todo esto invocando el mito del Yo auxiliar, de la identificación con el analista, y en el espíritu de Margaret Little todo este período debería preceder en el psicótico a otro período de la cura, aquél en el cual podrían hacerse interpretaciones transferenciales.

Dejo de lado, si así lo quieren, todo lo que al respecto podría decirse teóricamente, para replantear la pregunta que me formule, y que es ésta: ¿acaso podemos, acaso debemos hacer consciente al paciente de nuestra responsabilidad?. Que ella existe, y que a veces pesa gravosamente sobre nuestros hombros, esto es muy cierto. Pero yo diría que al leer a Margaret Little tuve la impresión de que algunas veces me gustaría poder hacer consciente al paciente de la responsabilidad que me pertenece; no es que no se pueda, que él no sea capaz de comprenderla, pero me parece que no se trata de esto. Precisamente, ese peso que carga sobre nosotros es lo que no podemos compartir con el paciente.

En fin, creo que en todo lo que dice Margaret Little hay algo del orden de la seducción y de la gratificación frente al paciente, algo que precisamente me parece que debe evitarse, tanto con el neurótico como con el psicótico. Este punto me interesó, claro está, pero al respecto estoy muy lejos de Margaret Little. Y enseguida veremos a dónde la conduce.

Para terminar, quisiera describirles lo que en mi opinión constituye la síntesis de todo el artículo, es decir, la manera como la autora define el encuentro analista-analizado. Declaro que los guiones no son míos sino de Margaret Little: "person-with-something-to-spare meets person-with-needs"

Esto quiere decir, exactamente, "una persona que tiene algo para dar"; pero "to spare", en inglés, tiene una significación muy particular. Se trata de algo de lo que él puede disponer, algo que él tiene de más, en el sentido: pienso ir al teatro y estoy solo, de pronto alguien me da dos entradas; es evidente que tengo una entrada para dar. Este es el sentido de "to spare" en inglés. "Encuentra una persona con necesidades": tal es la manera como Margaret Little define el encuentro analítico. Creo que simplemente a partir de aquí, toda su manera de concebir el análisis y todo lo que es del orden de esa especie de pivote siempre tan importante, y siempre difícil de aprehender, el deseo del analista, aparece en todo su esplendor.

Antes de volver sobre esto, veremos qué nos dice Margaret Little a nivel de la manifestación del analista en cuanto persona. Al leerla yo me decía que entre las diferentes cosas —y hay muchas— que Lacan nos aportó, hay una que como analista me parece en verdad valiosa: se trata de su enseñanza sobre lo que entre nosotros llamaríamos, o él llamaría, la realidad. Pero da la casualidad de que hablo de ella, según creo, justo antes de mi exposición, o más bien de mi resumen.

¿Qué es la manifestación del analista en cuanto persona?

"Y bien — nos dice Margaret Little—, con ese tipo de enfermos que no son capaces de simbolizar, que son estructuras psicóticas, etc. ... es necesario que el analista sea capaz de manifestarse en cuanto persona".

Se trata de dos cosas: la primera apunta al dominio de lo que en general podemos llamar "la afectividad": "Es preciso que el analista sea capaz", nos dice "de mostrar sus sentimientos a los pacientes"

Pero hay algo que va más allí. Recordarán que hace poco les definí lo que para Margaret Little era la contratransferencia: ese núcleo no analizado que en determinado momento provoca cierto tipo, por cierto, justamente cierto tipo de palabras, ya sean verbales o gestuales, poco importa, en el individuo. Para Margaret Little, ¿incita este tipo de respuestas al reacting-impulse, es decir, a las reacciones impulsivas? Tales reacciones impulsivas, nos dice, existen siempre pero, por encima de todo, son absolutamente benéficas para el paciente; claro está que en ciertos casos, agrega. Aquí debo decir que leer esto me dejó verdaderamente sorprendida.

Pero volvamos a la primera parte. Lo que Margaret Little nos dice sobre la manifestación del analista en cuanto persona real, ¿para qué habría de servir, según ella? Debe servir para una nueva definición que encontramos —no la reproduzco, pero creo recordarla bastante bien— y que se dirige a permitir al sujeto una absorción, una incorporación y creo que una digestión —todos los términos están allí— normativas, que se dirige a una normalización del analista en el lugar de una introyección mágica.

Por mi parte, agrego que esto ocurre con el psicótico. También es cierto que, una y otra vez, nos convertimos para el psicótico en el lugar de esa introyección. E igualmente lo es que esto resulta necesario para que podamos analizarlo. Pero decir que el hecho de que él nos introyecta en cuanto persona real es diferente de la introyección mágica, que es su modo de relación de objeto, aquí, debo decir, hay un matiz que se me escapa enteramente, y no pienso que exista.

De todos modos, volvemos a lo que nos dice Margaret Little sobre la manifestación del analista como una persona. Puede plantearse una primera pregunta: el hecho de mostrar nuestros sentimientos a nuestros pacientes (ella habla de "nuestra afectividad"), ¿como es que introduciría una dimensión de realidad en la cura? Y esto por dos razones. La primera — y aquí me excuso por referirme a mí misma pero como analista; soy la única de quien puedo hablar, no veo cómo podría hablar de otro analista que yo— es que me parece que para todo analista la realidad nunca es tan real como a partir del momento en que él habla, justamente, desde su lugar de analista, y que cuanto más correcto sea ese lugar de analista, más lejos estará de los reacting-impulse, más real me parece que será él mismo.

Si ahora dejamos de lado la realidad con relación al análisis, y nos colocamos a nivel del sujeto, del analizado, se planteará la misma pregunta. Porque si recuerdan lo que nos dijo Perrier, por ejemplo, sobre la posición de Szasz, con eso absolutamente rígido y lúcido que también presenta en su manera de concebir al analista, ¿creen de verdad que ese tipo de analista no es absolutamente real en sus funciones?. ¿Creen de verdad que ese tipo de analista puede ser para el paciente una especie de máquina que dijera: "Hum ... hum ...", cada veinte minutos o lo que fuere?

Pienso que el analista siempre es, en cierto sentido, real, y que en otro sentido no lo es nunca. Quiero decir que, ya sea que ustedes interpreten o que estornuden, de todos modos el analizado lo oirá en función de su relación transferencial. En el análisis no puede haber ninguna otra realidad que ésa. Es la única dimensión en la que se inscribe la cura, y es algo que nunca debe olvidarse.

En cuanto a esa especie de deseo presente en Margaret Little, lo que hace que se pasara a otra escena, — pero esta vez sería ... ¿qué escena?: la escena de una realidad que sería realidad justamente en la medida en que va más allá, en que es exterior al parámetro de la situación analítica— , creo que en verdad hay aquí algo que no es aceptable, al menos en nuestra óptica; no digo que después de todo no puedan verse las cosas de esa manera, pero entiendo que en lo que constituye nuestra propia óptica esto por lo menos parece contener, parece encerrar una paradoja.

Y ahora llego al último punto del que hablaré antes de pasar al caso clínico. Se trata — y aquí se sigue exactamente la línea de todo lo que dije hasta ahora— de lo que Margaret Little llama "reacciones impulsivas".

¿Qué son las reacciones impulsivas?. Y bien, se trata de reacciones que vienen en línea directa, no simplemente del ello del analista, sino yo diría de esa parte de su inconsciente que nunca pudo analizar. Aquí creo que no es tanto a nivel teórico como intentaremos ver lo que esto implica, sino a nivel del ejemplo que cita Kelton y donde en efecto puede advertirse qué puede determinar, qué puede provocar este tipo de comportamiento en la práctica.

El material clínico:

No, no les hablaré del caso; simplemente les diré que se trata de lo que sin equívoco posible, según creo, llamamos estructura psicótica. Se trata de un análisis que se mantiene desde hace diez años. Durante los siete primeros, nos dice Margaret Little, fue absolutamente imposible hacerle admitir que analizara de la manera que fuese la transferencia. Y sin embargo, no es ciertamente por no haber hablado — no se ve por qué (...) su propia técnica— en cuanto persona real.

Hasta diría yo que la autora nos da muy buenos ejemplos. Son los dos a los que se refirió Lacan la última vez que habló aquí. Se trataba de una vez en que el sujeto llegó y, siendo el último de una larga serie que se había dedicado a criticar el consultorio de la analista, Margaret Little le dice que en definitiva le es absolutamente igual que piense lo que piense de él; en el segundo ejemplo —siempre dentro de los siete primeros años— el sujeto le cuenta por enésima vez unas historias con su madre y con el dinero: Margaret Little le dice que al fin y al cabo ella piensa que todo eso es puro blabla, y que ella, la analista, está haciendo un gran esfuerzo por no dormirse. Reacciones impulsivas si las hay, reacciones que quizás no son tanto, como parece creerlo Margaret Little, manifestaciones de esa especie de realidad real, verdadera, del analista, en todos los casos intervenciones que dejan exactamente las cosas en su status quo; vale decir que, por cierto, la analizada quedó contrariada: "Bueno, de acuerdo, discúlpeme, no lo diré más", expresó. Pero, en realidad, las cosas siguen exactamente como antes. Siguen como fueron antes y después de siete años de análisis. Margaret Little y la analizada piensan que harían bien en interrumpir el tratamiento, sabiendo ambas que de hecho el problema nunca pudo ser abordado. Aquí va a situarse el episodio de la muerte de Ilse. No hablaré del análisis del caso —podríamos decir que hay un duelo, un personaje que ha muerto, ya que es simplemente en el nivel de la contratransferencia donde hoy intenté definir o hablar.

Volveré un poquito hacia atrás para, a partir de allí donde hemos de ver cierta interpretación, volver sobre esa fórmula que en el espíritu de Margaret Little define el encuentro. Hago una pregunta, ya que en definitiva para todos la respuesta sería negativa, sin necesidad siquiera de largos discursos al respecto: ¿puede definirse verdaderamente al analista como un ser humano, un sujeto que tendría algo más que los otros?

Creo que basta con oír hablar a Lacan, y simplemente con referirnos a nuestra propia experiencia de analistas, pare advertir hasta qué punto esta solución es absolutamente impensable.

En cuanto a las necesidades del analizado, no sé si es necesario recordar aquí todo el desajuste, todo lo que puede decirse a nivel de la necesidad y de la demanda. Pero lo que ellos no saben es que en esta simple fórmula no sólo está inscripta la manera de Margaret Little de ver el encuentro, sino verdaderamente el deseo del analista, el deseo de Margaret Little, vale decir, ser esa especie de sujeto que tiene algo de más, algo con lo cual ella puede alimentar — no es casual este empleo de un término que pertenece al vocabulario oral— , puede llenar un vacío, una suerte de abertura (béance) real, que advierte como tal a nivel del sujeto que llega al análisis.

A partir de aquí, vamos a volver no a esas dos interpretaciones de las que les hablé, sino a esa primera interpretación que, en efecto, es la primera que no diré que hace ir al análisis hacia esa cosa positiva que finalmente podría determinar la verdadera curación, sino que hace ir al analizado, que lo hace moverse.

Esto ocurre en el momento de la muerte de Ilse. Ilse es un personaje, un sustituto parental de la edad de los padres de la enferma, a quien conoció siendo niña y que ha muerto hace poco en Alemania. El sujeto acaba de enterarse.

Llega al consultorio en un estado de aflicción, de desesperación, estado que dura una sesión tras otra y que termina enloqueciendo literalmente a Margaret Little; ésta nos dice: "Tuve la impresión de que si de una u otra manera yo no conseguía ("to break through"), hacer irrupción allí dentro, mi enferma moriría, mi enferma llegaría a faltarme". ¿Morir por qué?, dice. "Por dos razones: o bien porque se suicidaría, o bien porque moriría de agotamiento pues ya no podría comer, ya no podría hacer nada"

Por consiguiente, en determinado momento del tratamiento, Margaret Little queda absolutamente enloquecida por lo que sucede. En este punto considero necesario recordar lo que al respecto nos dijo Lacan, es decir, que en ese preciso momento se ha producido un desarrollo, y ¿en qué se ha convertido la analista?. En el lugar de la angustia, o sea que no sólo es el lugar de la angustia sino que el objeto de su angustia está representado, precisamente, por la paciente. En dicho momento va a intervenir Margaret Little, de ninguna manera — como cree— para mostrar su afectividad, sino que va a intervenir verdaderamente a partir de su Ello (...) residuo inconsciente inclusive para ella; va a decirle que ella, la analista, se halla terriblemente afectada por lo que pasa, que ya no sabe qué hacer, que además tiene la impresión de que nadie podría soportar verla en ese estado, que sufre con ella; en fin, no tienen más que leer y verán que lo que hace es, en verdad, instaurar al sujeto, Fredda, como objeto de su angustia.

¿Qué sucederá entonces? Sucederá que esta vez el sujeto va a entender las cosas, yo no diría exactamente como la analista las comprende, sino como la analista las vive: "Yo soy el objeto de tu angustia". "Y bien, está muy bien", se dice, "está muy bien porque en definitiva ese objeto de angustia intenté serlo frente a mi padre, pero no fue posible, ya que él estaba encerrado en una especie de armadura; era un megalomaníaco — alguien, diría Lacan, a quien no es cuestión de que pueda faltarle lo que fuere—; ese objeto de angustia intenté serlo con mi madre, y ahora me hace muy feliz poder serlo, en efecto, para usted".

¿Qué veremos a partir de aquí? Veremos que el sujeto, el analizado, responde exactamente desde ese lugar, es decir que se sucederán toda una serie de respuestas, de reacciones que tienen por meta y como única meta provocar la angustia de la analista, a fin de que una y otra vez ésta la tranquilice y le diga que ella, la analizada, es el objeto de su angustia. En efecto, a partir de este momento surgirán crisis de histeria, reacciones suicidas extremadamente graves, ya que la propia analista queda muy sorprendida de que la enferma no hubiese muerto a consecuencia de un accidente, pues en dos ocasiones unos vecinos han venido a decirle: "La enferma que sale de su casa se va a hacer matar, cruza la calle de una manera absolutamente loca". Y después, no sólo va a reanudar sus robos, sino que se las arreglará para robar ante la presencia de un detective, y para obligar a la analista no sólo a extenderle un certificado — bueno, podemos llegar a hacer certificados para ciertos tipos de paciente— sino un certificado en el que no conforme con decir: "Médicamente no es responsable", agrega: "porque este sujeto es alguien absolutamente digno de confianza y profundamente honesto". ¿Qué tiene que hacer esto en el certificado?. Todavía me lo pregunto. Poco importa. Tal vez haya que buscar la respuesta a nivel de la contratransferencia. Sea como fuere, las cosas continúan así. Y en realidad, si no nos halláramos frente a Margaret Little, es decir, frente a alguien que es analista y probablemente una buena analista, habrían podido continuar así, o sea que la relación que la analizada vivía con la madre, la vive con la analista y, también esta vez, rehusa de manera total toda interpretación.

Entonces, ¿cuándo van a cambiar verdaderamente las cosas?. Las cosas cambian a partir del momento en que Margaret Little es llevada a reconocer sus propios limites. En ese momento, ella hablará, desde luego, pero de ningún modo se trata del reacting-impulse, de ningún modo se trata de una reacción afectiva. Ella hablará desde su lugar de analista, en un discurso de interpretación perfectamente consciente para ella, y que inducirá la respuesta que tenemos derecho a esperar cuando hacemos este tipo de interpretación; es decir que el sujeto le hará un regalo, podríamos decir — porque es más bien de su lado que del nuestro, de todos modos— , le hará el regalo de su fantasma fundamental.

¿Cuál es esa interpretación?. En ese momento la analista le dice que, si las cosas siguen así, ella, la analista, tendrá que interrumpir el tratamiento.

Creo que es aquí donde debe verse esa introducción de la función del corte que siempre debería estar presente en análisis, que constituye el fin mismo y el pivote sobre el cual gira todo nuestro tratamiento, y que de hecho da lugar inmediatamente, como respuesta, ¿a qué cosa? a que el sujeto diga finalmente a la analista lo que constituye su fantasma fundamental: el de la cápsula redonda, esférica, perfecta, que ella ha construido justamente por ser incapaz de aceptar una castración, una falta que nadie había podido nunca simbolizar para ella. A partir de ese momento podemos esperar, — con Margaret Little, y quizás con razón— que el tratamiento culmine en esa última sesión que, se trate de un neurótico, de un futuro analista o de un psicótico, es siempre la misma: aquélla en que el analista repite por enésima vez, y a esto se debe que, no el análisis, sino el autoanálisis jamás esté terminado, y que el paciente experimente por primera vez la única cosa por la cual ha recorrido ese largo camino, la única cosa, el punto al que tenemos que llevarlo: que él es el sujeto de una falta, que está marcado por el sello de la castración como todos nosotros, y que lo que hay que poder asumir es la separación.

LACAN:— Le ruego que pronuncie esas palabritas de conclusión que yo sugería y que usted, por lo que leí, se colocó en posición de emitir —enseguida diré en qué condiciones tuve conocimiento de lo que se dijo la vez pasada; pero, en fin, sé que usted anunció que se encargaría del cierre.

GRANOFF:— No pensé haber anunciado que yo mismo iba a cerrar. Pero en fin, aunque no hablemos de cierre, podemos decir algunas palabras. Evidentemente mi posición, tal como ella se define, es diferente de la suya, en el sentido de que no tengo que hacer la crítica de un artículo a fortiori, la critica, en suma del procedimiento o de los resultados del análisis de Margaret Little, sino más bien intentar una interpretación del curso general, del que Margaret Little y Szasz representan formas particulares de desenlace.

Entre Little y Szasz puede verse, y lo he visto —estoy en el origen de esa imagen, de ese sector de 180°— pero habría que agregar que ambos son autores contemporáneos, que ambos son del mismo período y que a ese título uno y otro deben ser opuestos a lo que sitúa un falso origen de esa mediación, en relación con la contratransferencia, origen que evidentemente se remonta a Freud y a todos los autores de su inspiración, podríamos decir.

Muy brevemente, una suerte de reflexión sobre lo que usted acaba de decirnos podría llevarnos a dos clases de consideraciones bien generales: por una parte, relativas al conjunto de la evolución, y más particularmente en la forma en que Margaret Little da cuenta del punto a su manera, una manera que, evidentemente, tiene todo su valor; porque seguramente no dejaron de observar que ella dejaba transparentar, puede decirse, un temible candor ...

AULAGNIER:—... para oponer a los pedantes.

GRANOFF:—... Es lo que quiero decir. Porque si ese candor temible pudiera oponerse a algo, seguramente sería al pedantismo. Y, en este sentido, es manifiesto para ustedes — pienso yo— que ese candor ella lo obtiene de aquella que lo introdujo en su propia meditación, es decir, Melanie Klein.

Adecuado para espantar al pedante, de quien habríamos hallado, en el mismo periódico, otros representantes que seguramente no se habrían presentado o no habrían presentado su obra en un desarme teórico semejante, pero que nos habrían hecho leer una literatura, digamos, a priori más fastidiosa que lo que Margaret Little nos propone; y ya en esa época, es decir, hacia los años treinta, señalaba Bárbara Low, hay autores que no parecen pedantes: en el primer puesto sitúa a Freud y después a Ferenczi.

Tras este pequeño paréntesis, puede decirse que el conjunto de la evolución, tirando un poquito de las cosas y tomando algo del lenguaje de Szasz, que no es, como se diría en inglés, "irrelevant", al menos para la época, puede decirse que ocurrió lo siguiente: si Margaret Little, si ciertos analistas como ella, pueden presentar legítimamente la situación analítica como el encuentro de alguien que tiene necesidades con alguien que tiene "something to spare" ... ¿qué usted traduciría por ...?

AULAGNIER:—... algo de lo que dispone.

GRANOFF:—... algo de lo que dispone, quizás sea preciso completar aquí la noción de "algo de lo que dispone". Seguramente se trata de algo de sobra, pero con un matiz bastante particular, y es que finalmente se trata de piezas de recambio. Quiero decir que el "de sobra" también está marcado por el signo de lo intercambiable, no tanto porque la pieza de recambio más corriente es una rueda de recambio, que en inglés se llama "a spare-wheel", sino porque el "de sobra" es aquí en verdad, como con respecto a las entradas de teatro de que usted misma hablaba, algo de lo que después de todo una inadvertencia en la boletería habría podido hacer entrar a diez, veinte, o por último a la sala entera. Es decir que a nivel de ese "something to spare" se traduce un efecto que Szasz no nombra pero que nosotros traducimos por lo que podríamos llamar un "efecto de politización del análisis" o aún como los efectos a distancia de algo así como el nacimiento del analista en la ciudad, con sus efectos de politización y, yo diría, de descenso a cierta dimensión económica que está presente a nivel de la pieza de recambio.

Al mismo tiempo surge, podemos decir, una nueva ética de esa ciudad analítica, pero de esa nueva ética podemos decir que en lo esencial se caracteriza por, yo diría, el surgimiento de una dimensión nueva, de la delincuencia. Sería demasiado apresurado referir tal noción de una delincuencia analítica pura y simplemente al análisis salvaje — el análisis salvaje no es siquiera su primer enfoque, hablando con propiedad no se trata de eso— y dicho aspecto de delincuencia está lejos de no ser más que un abordaje comprensivo de la cuestión. Pero aquí presenta sin embargo la mayor importancia, ya que después de todo, la manera en qué Margaret Little se sirve de esa atmósfera de civismo analítico es algo del orden, literalmente, de la aceptación del delito, en la medida en que en toda su refutación de la literatura antecedente sobre la contratransferencia, literatura donde la denegación es finalmente tan tangible y tan tocante como en autores como la que cité la vez pasada, es decir Lucy Tower, de todos modos la dimensión del delito en sin embargo particularmente sensible.

Por lo tanto, ella nos dice —tomando los términos en un sentido Szasziano, siempre que sea posible tolerar este neologismo— que es de aceptar el delito, y de esa aceptación del delito así asumido, que provendrá la renovación de la ética que predomina en el civismo analítico en el momento en que ella escribe.

Tomando las cosas por otro lado, es decir, el del artículo, ustedes se han preocupado más de lo que ella merece, yo diría, con respecto a su formulación: "¿Tiene el analista algo de más?". Ese "de más" no es sin embargo tan escandaloso como podría parecerlo, pero incluso si no se trata de algo de más, la pregunta igual puede ser formulada. Lo importante consiste, precisamente, en saber qué. Y aquí se sitúa de nuevo ese sector de 180°. Pues, en efecto, para los autores de la generación contemporánea, ¿qué es lo que el analista tiene de más?. En todas las enumeraciones que se hicieron, sea bajo el título de la contratransferencia, sea bajo cualquiera de los títulos técnicos que pueden hallarse en la literatura, encontrarán ustedes los siguientes encabezamientos del capítulo: tiene de más un saber, o bien un poder, o bien un gran corazón, o una fuerza, o aún, en una nomenclatura más específicamente anglosajona, un skill, vale decir, una aptitud cuya frontera con el talento se torna más difícil de definir.

Entre los autores de la generación, no precedente sino antecedente, el "de más" se definiría, como en Barbara Low, de otra manera. ¿Qué tiene él de más?

En Barbara Low, por ejemplo, tiene una curiosidad de más, y el problema es legitimar su curiosidad. En Barbara Low, ya o todavía, podría decirse, lo que tiene de más no es diferente de algo así como una variedad especial de un deseo de curar. Pero, ¿se trata de un deseo de curar? No sé.

Lo cual hace que entre los ejemplos elegidos, en fin, las expresiones más reveladoras en esos autores, después de todo cuando Freud habla de contratransferencia, ¿de qué habla finalmente como ejemplo particularmente fuerte de dificultades? De una paciente muy conmovedora, que dice cosas muy conmovedoras, y de preferencia bella. ¿De qué habla Barbara Low cuando habla de la posición del analista? De uno de esos problemas que traté de señalar el año pasado: ¿es que el analista no debe tratar de ser el lover, es decir, el amante del material del paciente? En cuanto al otro autor mencionado por Low, Ferenczi, su obra es ahora demasiado conocida para volver sobre algo que se está convirtiendo en una broma.

Es por cierto en Ferenczi donde la pregunta sobre el deseo del analista tal vez se articule de la manera más patética. Por lo tanto, entre la presencia en el analista de algo particular —¿un "de más", una, diferencia, una especialidad de un deseo?— y, en la generación contemporánea, una definición del "de más" indisociable de lo que podemos llamar, como intenté hacerlo, una politización del analista, ésta es una de las maneras con las que para concluir en siete minutos podríamos tratar de dar cuenta de la evolución de la meditación, en el interior del medio analítico, sobre los llamados problemas de la contratransferencia, y al mismo tiempo y correlativamente, del manejo de lo que llamamos relación de objeto.

Notas

(x) Este texto corresponde a la versión de la EFBA (Escuela Freudiana de Buenos Aires). La traducción es de Irene M. Agoff, con la supervisión técnica de Isidoro Vegh y Juan Carlos Cosentino. La estenotipia (original en francés) se encuentra aquí

(1) Tal como lo había anunciado, el 20 de febrero Lacan estuvo ausente, y en su lugar, tomaron la palabra Granoff y Perrier. Ver dichas exposiciones aquí (ver también la estenotipia de la exposición de Granoff aquí)

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