El punto de partida para esta
reflexión de Lacan, es el último capítulo del libro "El
pensamiento salvaje", de Claude Lévi-Strauss (1), titulado "Historia y
dialéctica", donde critica la idea sartreana de la
primacía del conocimiento dialéctico, progresivo, cambiante
(razón dialéctica) en contraposición al conocimiento
estable, sistemático y analítico (razón analítica), ya
que su análisis de las sociedades primitivas lo lleva a dar
la primacía al segundo, en términos en una legalidad
simbólica operando más allá de la consciencia de los
actores.
La posición de Lacan,
respecto de Lévi-Strauss, es de alianza y crítica.
La alianza viene por el costado del estructuralismo. Es
decir, no hay una historia que sea equivalente a los hechos.
La historia está contada. Siempre partimos de una base que
es el lenguaje, y no hay identidad entre lo que se relata y
las cosas de esos relatos. Pero, paradójicamente, esto es lo
que también le critica Lacan a Lévi-Strauss cuando este
llega al punto de hacer equivaler la estructura simbólica
con la materialidad del cerebro. En efecto, de última, para
Lévi-Strauss, no habría nada específicamente humano pues
las leyes del simbolismo serían las leyes de la materia. Con
lo cual, termina representando un duplicado del materialismo
vulgar del siglo XVIII (2)
Lacan se apoya en este debate
para asociar ese funcionamiento de estructura con el
inconsciente freudiano en términos de "eine anderer
Schauplatz, otra escena", en tanto "modo
constituyente (...) de nuestra razón" (3). Y en el camino de discernir la
estructura de dicha razón propone tres tiempos.
En el primer tiempo "hay
el mundo". ¿En qué consiste ese
"mundo"? Lo esencial de ese "mundo", es
que está perdido, ya que no hay subjetividad asociada. Con
lo cual, lo primero que verdaderamente tenemos es la escena
primera, que es el segundo tiempo. Esa escena se construye
con fragmentos, y todavía no vale como historia. Es el
escenario, el marco por donde ver la "realidad", el
escenario donde montar las escenas y la historia. "Todas
las cosas del mundo entran en escena de acuerdo con las leyes
del significante, leyes que no podemos de ningún modo
considerar en principio homogéneas a las del mundo"
(4).
Podemos asociar estos tiempos
del "mundo" y la "escena" a los tiempos
del estadio del espejo. El primer mundo material es
equivalente al real biológico del recién nacido, donde no
contamos con ninguna subjetividad. Esta subjetividad recién
surge a partir de la imagen. El valor morfogénico de la
imagen ubica la subjetividad como efecto de esta imagen. Las
identificaciones imaginarias y simbólicas de esta imagen
conforman esa primera escena, a partir de la cual pueden
montarse otras escenas.
Resumiento, entonces: "primer
tiempo, el mundo. Segundo tiempo, la escena a la que hacemos
que suba este mundo. La escena es la dimensión de
la historia. La historia tiene siempre un carácter de puesta
en escena" (5)
Una vez que la escena
prevalece, "lo que ocurre es que el mundo entero se
sube a ella", y recién a partir de ahí podemos
llegar a preguntarnos cuanto le debe eso que llamamos
"mundo" al comienzo, "a lo que le viene de
vuelta de dicha escena" (6).
¿Que es lo que le viene? Los restos de los mundos que se han
ido sucediendo.
Finalmente, llegamos así al
tercer tiempo, el de la escena sobre la escena, que
ejemplificará con la referencia a Hamlet (ver notas y
comentarios).
Notas
(1)
Claude Lévi-Strauss, "El pensamiento salvaje",
Fondo de Cultura Económica, México 1964 (disponible aquí)
(2)
Jacques Lacan, El Seminario, Libro X, La
angustia, Editorial
Paidos, página 43
(3)
Idem, página 42/3
(4)
Idem, páginas 43
(5)
Idem, páginas 43/4
(6)
Idem, página 44