Cultura y Sociedad

Felicidad obligatoria

Artículo publicado en el número 36 de la revista "La mujer de mi vida"

La felicidad parece ser una de las principales ideologías de nuestro tiempo. En todo caso, en sus brazos se mecen, el infinito mundo de la autoayuda, y las no menos inagotables exigencias del consumo.

El sufijo hipostático (-ad) con que se configura el término en castellano aún denota sus vínculos teológicos. Algunos dicen que la felicidad, junto con Dios, son las dos grandes ideas inventadas por Aristóteles, por no decir una sola, ya que Dios sería el único que, en tanto su vida consiste en pensarse a sí mismo de un modo eterno y autárquico, podía ser feliz.

Con el cristianismo, Dios, creador del mundo y el hombre, estuvo dispuesto a transmitir su felicidad a los hombres, o al menos a algunos… en la otra vida. Es la beatitud. Por eso, para gente como Santo Tomás, la felicidad es objetiva, es decir, la felicidad es Dios y no el goce de Dios.

El aparente eclipse de este último, en cambio, promovería el psicologismo de la felicidad subjetiva: el placer, el disfrute, el bienestar. Es lo que decía Séneca: "Todos los hombres, hermano Galión, quieren ser felices". ¿Para qué vivir si no, cuando ya no está en juego, como destino, el cielo o el infierno, como lo planteaba Santo Tomás? Agotado el Bien Supremo, parece que solo nos queda el goce de los bienes. Es el tiempo del "welfare" yanqui, la felicidad como bienestar, aunque, oohhh sorpresa, ya no solo como opción sino como obligación civil (todo buen ciudadano sabe que hay que asegurar el re ndimiento del capital).

A tal punto que Borges considera pertinente tener que excusarse:

"He cometido el peor de los pecados
Que un hombre puede cometer. No he sido
Feliz. Que los glaciares del olvido
Me arrastren y me pierdan, despiadados
" 1.

También Freud descubre un programa de felicidad entre los principios del acontecer psíquico: el principio de placer, aunque no pueda hacerse con ello virtud o ética, ni por la vía de su aplicación ni por la de su contrario. En efecto, perdida la común medida del Bien Supremo, Freud no tuvo que esperar la llegada de los posmodernos para deducir que "cada quien tiene que ensayar por si mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza" 2. Pero esto no parece resolver el problema. En todo caso, no parece eliminar la "obligación", es decir, ese carácter de "imposición o exigencia moral" con que debe regirse nuestra voluntad (según define la Real Academia a la "obligación"), a la que ese "tiene" parece condenar al "cada quien".

¿A qué satisfacción estamos entregados (o condenados)? ¿Son tan claros los límites entre placer y dolor? ¿Cuántas veces ignora la conciencia que una situación aparentemente dolorosa no es resignada porque encubre una satisfacción inconfesable, un goce oculto?

No en vano decía Goethe que la felicidad era cosa de plebeyos: una buena comida, una saludable ducha. Es decir, esas pocas cosas que no son poca cosa para la inmensa mayoría de la humanidad y de cuya privación sufre casi cualquier cuerpo.

Pero, justamente, más allá de estas "necesidades básicas", el psicoanálisis descubre que el orden de las "satisfacciones" humanas anuda más de lo esperado el placer y el dolor, con la consecuencia de que el sujeto se presenta dividido ante la satisfacción: tanto busca alcanzarla como protegerse de su proximidad. El principio de placer, justamente, busca que lo real de esta satisfacción solo sea admitido por el intermedio de sus símbolos, y de un modo parcial e incompleto.

¿Sería acaso lo que sugería Borges, a continuación, en el mismo poema antes mencionado, cuando confiesa que su mente prefirió aplicarse "a las simétricas porfías del arte que entreteje naderías".? Motivo por el cual, quizás, no lo abandona, siempre está a su lado "la sombra de haber sido un desdichado".

¿Es lo que sugiere, quizás, también, la famosa expresión "no soy feliz, pero tengo marido"?

Claro que no hay como las mismas restricciones para construir obligaciones e ir más allá. Cabe preguntarse cuanto de la combinación de "pulpo asado, maracuyá, aceite de chorizo y albahaca" que nos propone Germán Martitegui en la "cool" Casa Cruz responde a una placentera exploración de nuevos sabores o se ofrece como hipostática unión de elementos en una frenética búsqueda de acceso a la "felicidad".

Claro que la cosa se pone más pesada cuando esta dimensión "obligatoria" y del más allá no solo consume a sus cultores sino que es descargada sobre millones de otros, en nombre de su "propio bien", cuando no de su "propia felicidad".

Tan famosa como su poema "El remordimiento" debe ser la cita de Borges que considera tan absurda la "obligación" para la lectura como para la felicidad. Lo que no es óbice para que proliferen sus pastores. En suma, y para terminar, como diría un viejo amigo, "yo de eso, ya di". Y como decía otro viejo amigo: "cuídense, que de los buenos, quedamos pocos".

Notas

1 - Jorge Luis Borges, "El remordimiento", en "La moneda de hierro", Obras Completas, Emecé Editores, Tomo III, página 143

2 - Sigmund Freud, "El malestar en la cultura", Obras Completas, Editorial Amorrortu, Tomo XXI, página 83

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