Michel Sauval - Psicoanalista Jacques Lacan, Seminario "Lógica del fantasma", Lectura y comentarios de Michel Sauval

Sesión del 14 de junio de 1967
"El sádico y el masoquista"

Notas de lectura y comentarios
La ubicación de las citas es indicada con paginación de la edición Paidós

Goce y perversión

1 - La economía del fantasma

El fantasma está estructurado como un lenguaje (de un modo más estrecho aun que el resto del inconsciente), ya que, al fin de cuentas, "es una frase dotada de estructura gramatical" (322).
Lo que ha convocado el término de “goce” es que "la lógica del fantasma se engancha, se inserta, se sostiene de la economía del fantasma" (322).

El fantasma se presenta como “una significación cerrada” (es decir, que no reenvía a otras significaciones, motivo por el cual resulta tan oscura, opaca) para los sujetos que lo soportan (los neuróticos), como una frase gramaticalmente estructurada (por ejemplo "un niño es pegado" de Freud) que se ubica en la opción del “no pienso” de la elección forzada de la alienación, opción en la que el "je" se constituye, en reserva, como muesca negativa en la estructura gramatical.

Pero esta estructura del "no pienso" puede ser llamada a develar la otra, la Bedeutung inconsciente, correlato del "no soy", que correlativamente muerde sobre ese "je" que "está en tanto no siendo" ("qui est en tant que n'étant pas") (323).
La relación con esta Bedeutung es esa “significación cerrada” en tanto que escapa.

La “significación” es la que da la medida de la “comprensión”, planteada como opuesta a la “explicación”, santo y seña de la filosofía, con Jaspers en primer lugar (323)
Respecto de las discusiones sobre los criterios etiológico y anatomo-patológicos de la psiquiatría, Dilthey y sus discípulos ubicaban la psicopatología entre las "Ciencias del espíritu", rechazando de plano todo paralelismo psicofísico, y marcando un límite tajante con las ciencias causales, o el campo de la "explicación", subrayando así la distancia y diferencia entre el cuerpo y el espíritu, allí mismo donde fracasaban los intentos por anularla. La "explicación" sería el camino por donde avanzarían la neurología y las prácticas centradas sobre lo somático, en tanto que las "relaciones de comprensión" sería, como expresión de la autonomía del campo del “sentido”, de lo psíquico, el instrumento mayor del trabajo psiquiátrico.
En Francia, este criterio psicopatológico fue bienvenido para sostener el rechazo a las reducciones neurofisiológicas clásicas de la escuela alemana, resultando de ello el desarrollo de la noción de "constituciones psicopáticas". Así, por ejemplo, Sérieux y Capgras ya no piensan en delimitar "entidades mórbidas", y su concepción del "delirio de interpretación" (1) es puramente psicogénica, manifestación de una "constitución patológica" consistente en la fijeza de ciertos estados emocionales. Tomarán distancia de la psicología neurologizante de fines del siglo XIX (y por lo tanto de la escuela de Magnan) y se orientarán hacia el “psicodinamismo”.
Para Jaspers, el objeto de la psicopatología (2) es la actividad psíquica, siendo los límites de ese estudio de lo psíquico, los límites de la “consciencia”. Allí, una estricta solución de continuidad impide establecer la más mínima equivalencia entre representaciones normales e ideas delirantes o alucinaciones. Los fenómenos de la conciencia se desarrollan en el “campo del sentido”. Las "relaciones de comprensión" establecen una asociación íntima entre el sujeto y el significado, y son el fundamento de la intersubjetividad. Lo anormal, en cambio, es lo "incomprensible", aquello que exige la "explicación" como recurso para poder considerar la necesariedad de algo que no puede desprenderse de la psicogénesis.
El "proceso" es el nombre para aquello que se aprehende en los límites de la “comprensión”, en una posición intermedia con el campo de la “explicación”, permitiendo así, por un lado poner en reserva la necesidad misma de ese franqueamiento y por el otro delimitar el dominio del “sentido”. El "proceso" da cuenta de la eficacia de algo enteramente extraño a la representación intuitiva de la comprensión. En este sentido, Jaspers se diferencia del psicodinamismo por la precisión acerca de estas relaciones. Donde para el psicodinamismo todo se transforma en una difusa "constitución psicopática", Jaspers hace las distinciones con cuidado. Pero para ambos, la etiología deviene un lugar vacío alrededor del cual se articula la búsqueda psicopatológica.

La razón por la que Lacan defendió, en su momento, la fenomenología de Jaspers es porque vuelve a poner de relieve que la locura es ante todo "un fenómeno de significación". La psiquiatría clásica intentó cerrar esta instancia atribuyendo esta discontinuidad a una falla orgánica. Y cuando el psicodinamismo y los criterios psicopatológicos y psicogenéticos intentaron rechazar esta hipoteca terminaron tirando al bebé junto al agua sucia de la tinaja. Esto se ve claramente en Jaspers donde su rechazo del paralelismo psicofísico se acompaña de un similar rechazo de la noción de "causa". Jaspers no puede separar a esta última del campo de lo somático. El resultado será que su oposición entre “comprensión” y “explicación” se transformará en el binario “libertad vs determinismo”, lo que constituirá su pasaje definitivo al campo de la filosofía, donde sostendrá posiciones de tipo existencialista. Cuando Lacan retoma a Jaspers, en su tesis de 1932, en oposición a su maestro De Clérambault, subrayará el concepto de "proceso". Pero allí donde dicho concepto había implicado para Jaspers el punto de su rechazo de todo saber sobre "la causa del sentido", para Lacan este será el punto que señala el problema mismo de la psicosis. La "comprensión" como desarrollo implicará un "acto de significación", y la oposición entre "desarrollo" y "proceso" será un modo de comenzar a pensar en una "causalidad" (es decir, la incidencia de la verdad) para lo psíquico en tanto lugar de las discontinuidades clínicas.

Esa significación que escapa funciona como el inicio de todos los discursos, nos hace creer que comprendemos.
El fantasma da “la medida de la comprensión” en ese nivel en que despierta en nosotros la dimensión del deseo.

Justamente por eso, no debemos imaginar que comprendemos aquello que nos brinda la lógica del fantasma, a saber, la perversión.
Para el perverso el fantasma no juega el mismo rol, ya que se define respecto del acto sexual y no respecto del efecto de deseo.
Lacan buscará articular lo concerniente al “goce comprometido en la perversión con relación a la dificultad o al impase del acto sexual” (324). El acto sexual en tanto plantea una relación con un partenaire, que puede ser objeto.

Respecto al fantasma "un niño es pegado", queda claro en el texto de Freud que no hay una especificidad común de los casos de neurosis en los que lo ha encontrado. Ese fantasma no está asociado específicamente a tal o cual neurosis, a diferencia de la estructura de los síntomas, donde lo que significan los síntomas (en la economía) no se acomoda del mismo modo en una neurosis o en otra. No es lo mismo una estructura histérica que una estructura fóbica o una estructura obsesiva, y "el síntoma representa una estructura" (324).

En cambio, el fantasma "un niño es pegado" se presenta en estructuras muy diferentes, y tiene la característica común, el “privilegio”, de ser “lo más inconfesable”, lo que le permite a Freud asociarlo con la "cicatriz" (3) del complejo de Edipo.

Este puente teórico de Freud nos permite señalar que esa significación cerrada tiene relación con otra cosa más desarrollable, que se llama perversión.

2 - Perversión y acto sexual

Nos encontramos con una dificultad que surge de la siguiente contraposición: por un lado, decimos que "no hay acto sexual" en tanto somos incapaces de articular las afirmaciones resultantes (“soy un hombre”, “soy una mujer”), y sin embargo, no hay sino este acto, puesto en suspenso, para poder dar cuenta de la perversión.

La perversión podría estar separada del acto sexual. Es lo que ocurre cuando se trata de la perversión en sentido absoluto, radical, como lo que motiva a Aristóteles a apartar, en su Ética, “monstruosidades” (“τέρας”) como las prácticas del tirano Fálaris (4) . Pero es un hecho que, más allá de estos extremos, en su Ética tampoco otorga valor alguno al acto sexual.

La referencia cambia a partir de la inclusión en nuestra moral de los mandamientos judaicos.
Y con Freud, "la perversión no adquiere su valor sino al articularse con el acto sexual" (326).

Retomemos el esquema de la división inconmensurable, que se define por la relación

1 + a = 1 / a

Con relación al Uno, hay un modo de ir plegando, primero el a, y luego el resto (1 - a), que es igual a a2, para producir un a3, y así sucesivamente, conformando las sumatorias de las potencias pares (como igual a a2 ) e impares (como igual a a), obteniendo así un 1 como suma de ambas (a a la izquierda, y a2 a la derecha).

Inconmensurabilidad - Perversión - Lacan lógica del fantasma

De este modo, este esquema representa lo que del acto sexual puede presentarse bajo la forma de la sublimación, vía que Lacan decide no desarrollar en este seminario en particular, porque la sublimación lo aparta de la cadena de dificultades que desarrollan una hiancia mayor, la de la castración.

El interés del esquema es mostrar que el a, inicialmente plegado sobre el Uno, puede también plegarse de manera externa, es decir, que la relación 1 / ( 1 + a ) es también igual a la relación fundamental del a, es decir a/1.
Es en la medida en que ese Uno, presunto, no del acto, sino de la unión sexual (del pacto),es dejado intacto, en que la partición no se establece allí, como el sujeto perverso encuentra su goce, al nivel de lo irreductible que él es, lo irreductible de ese a original (327). La “partición” que le interesa al perverso es otra: la del cuerpo y el goce.

3 - El goce y el objeto a

No habría acto sexual si no es en la referencia significante que lo constituye como acto.
Esta referencia significante no puede mantener "el macho" y "la hembra" como entes naturales sino introduciéndolos bajo la forma de una “función de sujeto”. Y esa función de sujeto “tiene por efecto la disyunción del cuerpo del goce” (328).
Es al nivel de esa “partición” que interviene típicamente la perversión. Lo que ella pone en valor, para “intentar reunir ese goce y ese cuerpo”, separados por la intervención significante, es por lo que la perversión se sitúa en la vía de una solución del acto sexual.

En el acto sexual, para cada uno de los partenaires, hay un goce que queda en suspenso, el del otro.
No hay cruzamiento que permita hacer de cada cuerpo la metáfora del goce del otro (ver notas y comentarios de la sesión anterior).
Solo podemos ver ese desplazamiento que pone al goce en la dependencia del cuerpo del otro, motivo por el cual "el goce del otro queda a la deriva" (328).

Por la razón estructural, que hace que sea sobre su goce que se extrae algo que es elevado a la función de un “valor de goce”, el hombre se encuentra más electivamente que la mujer, tomado en las consecuencias de esa “sustracción”.
Es efectivamente el primero en soportar la realidad de ese agujero introducido en su goce.

No es que para él la cuestión del goce tenga más importancia que para su partenaire, sino que él puede dar "soluciones" articuladas por el hecho que en ese Otro llamado cuerpo, hay otra "alienación" que redobla la alienación subjetiva que remite al goce, es la que “se encarna en la función del objeto a“ (328). Eurídice dos veces perdida.

Si para el hombre el complejo de castración articula el problema, él encontrará en el campo del goce objetos del cuerpo que, respecto al principio de placer, se definen como "fuera del cuerpo" (329).
El objeto a es ese algo ambiguo que, por poco que sea del cuerpo del individuo, es en el campo del Otro que debe buscarse para hallar su huella, porque es ahí que se perfila el sujeto.

El seno es ese algo enganchado en la superficie, como parasitariamente, al modo de una placenta, ese algo que puede legítimamente reivindicar su pertenencia al cuerpo del niño.
En efecto, "¿de qué lado está el seno? ¿del lado del que chupa, o del lado del que es chupado?". A la hora de precisar la relación con el seno, tanto del "sujeto materno" como del "lactante", "el corte no pasa en los dos casos por el mismo lugar. Hay dos cortes tan distantes que dejan desechos diferentes" (5). Esta situación se ilustra mucho más claramente en el caso de la placenta, ya que para el niño, "el corte del cordón deja separadas las envolturas, que son homogéneas a él, continuas respecto a su ectodermo y su endodermo", en tanto que para la madre, "el corte se sitúa en el nivel de la caída de la placenta", cuya caducidad ilustra el estatuto del objeto a. "La caída, la niederfallen, es típica de la aproximación a un a que, sin embargo, le es más esencial al sujeto que cualquier otra parte de sí mismo" (6) . Y las heces, marginales respecto del cuerpo, están también íntimamente ligado a su funcionamiento.

Esa “caducidad” del objeto existe también en el orgasmo. La “detumescencia” en la copulación pone de relieve una de las dimensiones de la función de la castración, íntimamente ligada a los rasgos del objeto caduco, “la caducidad la caracteriza esencialmente" (7). Precisar esta caducidad del objeto permite comprender en qué sentido "el objeto parcial es una invención del neurótico".

La mirada, cuyo abordaje fenomenológico no puede resolver que la raíz de lo visible debe buscarse en lo que es radicalmente mirada.
El ojo es un órgano siempre doble, que funciona en la dependencia del entrecruzamiento que liga dos partes simétricas del cuerpo. Pero que el ojo sea ya un espejo, implicando en su estructura, el fundamento estético trascendental de un espacio constituido, no debe hacernos olvidar que cuando hablamos de esa estructura como de un dato irreductible de la aprehensión estética de cierto campo del mundo, "esa estructura excluye justamente la función del propio ojo, de lo que él es" (8). Para Lacan, las huellas de esta función excluida son homólogas de la función del objeto a en la fenomenología de la visión. La mirada no puede ser captada como reflejo del cuerpo en esa estesia reguladora del principio de placer, en esa estesia representativa en la que el individuo se reencuentra y apoya, identificado a sí mismo, en la relación narcisista en la que se afirma como individuo.

Ese resto que llamamos objeto a, es ahí que se refugia el goce que no cae bajo el golpe del principio de placer.
Es este "fuera de cuerpo" que da cuenta del pasaje del "Filebo" (9) en que Sócrates denomina, en la relación del alma al cuerpo, “esa parte anestésica” (329).
Es en esa parte anestésica donde el goce se alberga, como lo muestra la estructura de la posición del sujeto en los términos ejemplares del sádico y el masoquista (330)

Notas

(1) P. Sérieux y J. Capgras, “Les folies raisonnantes. Le délire d’interprétation”, “Las locuras razonantes. El delirio de interpretación

(2) Karl Jaspers, “Psicopatología general

(3) Sigmund Freud, "Pegan a un niño", Obras Completas, Editorial Amorrortu, Tomo XVII, página 190: "la fantasía de paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos precipitados del complejo de Edipo, por así decir las cicatrices que el proceso deja tras su expiración, del mismo modo como la tristemente célebre «inferioridad» corresponde a una cicatriz narcisista de esa índole".

(4) Fálaris, un tirano de Acragas, la actual Agrigento (Sicilia), alrededor del 570 a. C., cocinaba a sus víctimas en el interior de una estatua de bronce hueca con forma de toro ("el toro de Falaris").
Aristóteles lo menciona en el libro VII (página 301 de la edición de Gredos)

(5) Jacques Lacan, El Seminario, Libro X, “La angustia”, Editorial Paidós, página 181

(6) Idem

(7) Idem, página 183

(8) Idem, página 260

(9) Platón, Filebo, "En lugar de decir que cuando el alma no siente las conmociones ocurridas en el cuerpo, estas conmociones se le escapan, llama insensibilidad a lo que llamabas olvido"

 

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